Lean esta frase: «Hay que recuperar la política en el sentido más noble de la palabra». Asómense a ella como a un paisaje pintoresco. Contemplen sus accidentes como el que desde un mirador se extasía ante las cumbres nevadas o ante los valles en flor. «Hay que recuperar la política en el sentido más noble de la palabra». Se dice mucho estos días. Lees tres entrevistas con tres políticos, y el tercero, tarde o temprano, la suelta. A los otros dos les da vergüenza porque decir eso es aceptar que la palabra política da miedo.

-Papa, voy a ser diputado.

-Pero, hijo, en esta familia te hemos educado en valores.

Recuperar el sentido noble de la palabra política va a costar lo suyo, si se logra. Los políticos tendrían que empezar, por ejemplo, diciendo la verdad, lo que resulta del todo improbable. Zapatero, que ya no está en política (vive de ella, pero de espaldas a ella) aún no nos ha explicado qué ocurrió la famosa noche del 9 al 10 de mayo de 2010. No sabemos si le telefoneó Obama, si le llamaron los chinos o si fue el mismo diablo en que le amenazó desde el móvil. Sabemos, sí, que alguien lo puso firme o le dio un brebaje o le aplicó la picana. Lo cierto es que al día siguiente decidió congelar las pensiones. A simple vista, se trataba de una decisión idiota. Pero es que el objetivo no era otro que el de demostrar que el que mandaba no era el presidente electo. Mandaban otros, lo que le llamaron aquella noche ordenándole también introducir en la Constitución un cambio que prohibía del déficit, que es tanto como prohibir la socialdemocracia. Zapatero tomó decisiones políticas que contradecían su programa. Lo mismo que, una vez ganadas las elecciones, haría Rajoy con toda la cara. La política se había convertido de la noche a la mañana en una cosa de facinerosos, de embusteros y filibusteros, de mala gente, en fin. De modo que «hay que recuperar la política en el sentido más noble de la palabra». Cuando escuchen decir esto a un político, échense la mano a la cartera y saquen los ahorros del banco.