Anoche soñé conmigo. Soñé que hablaba con otro individuo que también era yo. Iba vestido de manera distinta, pero ambos éramos yo al mismo tiempo. Mi yo en mangas de camisa le hablaba a mi yo enchaquetado, y este le contestaba. Ambos yoes se llamaban por mi nombre. La rareza era tal, que uno de mis yos dijo para sus adentros, «Juan, cuando despiertes mírate esto... No sea que vaya a peor». Después todo ocurrió con absoluta normalidad. Mi yo deschaquetado actuaba de dante, de consejero, de instructor, de coach, que se dice ahora; el otro, el de la chaqueta, de tomante, de aconsejado, de instruido. Mi relación conmigo mismo fue impecable: ni un mal gesto, ni un mal tono, ni un desaire, ni un reproche... Una relación exquisita. Mi yo enchaquetado, cuando lo consideraba oportuno, matizaba y corregía a mi yo en mangas de camisa, y este aceptaba -o no- los matices educadamente, con agradecimiento. Al despedirse, justo una millonésima de segundo antes de despertarme, mis yos se fundieron en un hermoso abrazo que nunca olvidaré. Yo, aunque figuradamente me he abrazado muchas veces a lo largo de mi vida, nunca me había abrazado a mí mismo físicamente. Placer de dioses, oye, la sensación simultánea de mi abrazo en sus dos vertientes, la de abrazador y la de abrazado.

Los sueños tienen sus particularidades y, a veces, les pasa como a algunas de nuestras reuniones profesionales -las de los turísticos-, es decir, tenemos la sensación de que cada reunión dura toda una vida, durante la que no paramos de hablar, de escuchar, de debatir, de discutir..., pero, al salir, no sabemos bien qué ha pasado. En el caso de mi sueño de ayer, aún siendo incapaz de reproducir la conversación de mis yos toda vez despierto, sí que me quedó la atención y la intención dirigida hacia mi personal manera de entender la vida. Al levantarme, cuando rememoré el trato que se habían dispensado mis yoes, tuve un hipersubidón de autoestima. Qué bien se llevaban los tíos... Aunque lo cortés no quita lo valiente: al afeitarme caí en la cotidianidad de cada mañana, o sea, que volví a musitarle a mi matinal pseudoyo del espejo, aquello de menos pelo, más ojeras y más canas, más arrugas..., en fin lo que toca últimamente. Después, cuando el espejo no estaba, la atención y la intención producto de mi ensoñación volvieron y se mantuvieron durante todo el día donde mis yos las pusieron. Ahí siguen...

Ahora que estamos en ese periodo ecoico en que las voces se esparcen por el mundo-mundial, justo en el instante anterior al colorín-colorado de los buenos cuentos esos en los que cuentistas, profesionales, políticos y ambidiestros, erigidos en superhéroes por tribus, contamos que seremos felices, que comeremos perdices, que gozamos de un momento histórico y de plétora jamás visto por el ojo humano, que vivimos una era de récords y plusmarcas que nos garantizan el futuro..., me vienen bien la atención y la intención con las que me quedé tras la dialéctica de mis yoes en la ensoñación de anoche. Nada nuevo en mí...

Decía Nietzsche algo así como que, a ojos del que disfruta, lo importante del árbol no es la semilla, sino el fruto, de ahí la diferencia entre los que creen y los que disfrutan. Creo que a estas alturas del curso, en la que todo-lo-bueno-por-hacer-para-el-turismo nos va a ser contado en forma de estrategias y planes estatales, autonómicos, provinciales, municipales..., es importante tener presente que somos lo que hacemos, no lo que decimos, y que lo por hacer merece más ser semilla a largo plazo, que fruto con horizontes entre la punta de nuestra nariz y los próximos comicios, sean los que sean.

Lo que las generaciones turísticas venideras gestionarán será el resultado de nuestras semillas de hoy, menos el resultado de los frutos que nosotros consumamos en forma de zumos profesionales y políticos cortoplacistas. Hay que invertir más en semillas y en semilleros, que en frutos y en disfrutones. El negocio turístico, como la mismísima vida, es un diez por ciento lo que nos sucede y un noventa por ciento cómo reaccionamos ante lo que nos sucede. La vida, con nuestra colaboración, nos ha puesto en nuestro sitio de ahora. La vida, con nuestra colaboración, pondrá en su sitio a nuestros hijos mañana. O sea, que, premio...