­­­Si a la derecha sólo le queda Aznar, tiene el mismo problema que la izquierda. El intrépido presidente español a perpetuidad ha interrumpido su exhaustiva búsqueda de los verdaderos autores del 11-M, además de su no menos incansable percepción de salarios de príncipes de la ética periodística como Rupert Murdoch, para salvar de nuevo a España de los desastres que se gestaron cuando vivía en La Moncloa. Con todos los respetos para la potencia destructora de Zapatero, le faltaba fuelle para la liquidación estatal por derribo que el PP atribuye en exclusiva al primer ministro socialista.

Las recetas infalibles de Aznar emergieron aprovechando un decaimiento en el carrusel de revelaciones de Luis Bárcenas. En un curioso efecto de doble programa teatral, el presidente del Gobierno de Irak y del 11-M sufre extraños episodios de desvanecimiento escénico cuando aparecen documentos o revelaciones sobre su encarcelado gerente en el PP. Es curioso que un expresidente tan insobornable no se refiera jamás a las crecientes sombras de financiación ilegal en el partido que presidía. Por contra, en cuanto mengua el protagonismo del tesorero, Aznar se abalanza sobre los focos hasta el extremo de disputarle a Felipe de Borbón el papel de sucesor del Rey en el desfile del 12-O. Quiere ser jefe de Estado, no le haría ascos a la corona. Ahora callará unos días, porque Bárcenas ha vuelto a rugir.

La constatación de que Aznar se reactiva cuando Bárcenas se desactiva no apunta necesariamente a que el hiperpresidente tema las salpicaduras del tesorero. La simultaneidad no garantiza causalidad, el sol no sale porque el gallo lo convoque con su canto. Sin embargo, sorprende la cuidadosa selección de argumentos efectuada por Aznar, así como su amnesia sobre las concesiones a la ahora diabólica CiU que efectuó en su calidad de aspirante a la Presidencia del Gobierno. En aquel 1996 no tan lejano, y dado que necesitaba los votos de Pujol para su investidura, protagonizó con los pactos del Majestic la mayor cesión de soberanía desde la muerte de Franco hasta hoy mismo.

Más allá de la broma de que hablaba catalán en la intimidad mientras leía a Azaña, el aspirante a La Moncloa por el PP amordazó a sus diputados en el Parlament catalán, para que consagraran a gobiernos de CiU que se propagan hasta hoy. Aznar acusa de debilidad a Rajoy y a Zapatero, pero fue este Cid reencarnado quien decapitó sin pestañear a Alejo Vidal Quadras, porque su defensa de España en Cataluña hacía peligrar la llegada del aznarismo a La Moncloa. Emociona contemplar al expresidente reclamando una educación y una sanidad centralizadas, cuando se olvida que cedió graciosamente las competencias respectivas, amenazando a las comunidades que se negaban a asumirlas por falta de presupuesto.

Cuesta desligar las soflamas hodiernas de Aznar, en los huecos que le deja Bárcenas, de su sumisión a CiU hasta hace sólo tres lustros. Máxime cuando el Gran Timonel evita las alusiones a sus pecadillos de juventud al servicio del catalanismo. El primer presidente del PP muestra el problema de las personas con convicciones sucesivas. A saber qué pensará mañana, aunque es seguro que lo expresará con la contundencia que siempre asombra al mundo. Los presidentes estadounidenses no sólo callan sobre la gestión de sus sucesores por una elemental norma de lealtad hacia su país, sino porque saben que ellos han cometido errores de calado en el mismo campo.

Por lo menos, entre Aznar y su antiguo colaborador Bárcenas consiguen que Rajoy pase desapercibido, porque el actual presidente del Gobierno es veneno para la taquilla. El expresidente acierta probablemente al concluir que hay una solución para la actual encrucijada española, pero la experiencia apunta a que muestra la dirección equivocada. El gobernante de las cesiones monumentales a Pujol, que aceptó generosos regalos de la trama de Correa en la boda escurialense que montó a su hija con la asistencia estelar del condenado Berlusconi, que metió a su país en una guerra estéril donde el general Stanley McChrystal llamaba a los soldados españoles «chanclistas» por su compromiso limitado, y que cierra su Gobierno con el mayor atentado de la historia de Europa, tal vez no sea el asesor ideal para salir del atolladero. Al fin y al cabo, Bárcenas demuestra que Aznar no sabía gobernar ni la sede central de su partido. Eso sí, nadie le gana en la defensa de valores abstractos.