Conocí a Marcel Reich-Ranicki en Bonn, hace ya muchos años. Todavía la apacible ciudad renana era la capital de la República Federal de Alemania. Fue en el acto de presentación de una obra del príncipe Hubertus de Löwenstein. O como dirían los alemanes, Hubertus Prinz zu Löwenstein. El historiador me dedicó esa noche su libro, Rom Reich ohne Ende, una maravillosa historia del Imperio Romano. Según él, me lo dedicaba como uno de los hijos de Hispania, «una de las más nobles hijas del Imperio Romano». Fue un gran honor. Aquella noche conocí también a Marcel Reich-Ranicki. Era entonces un muy respetado y temido crítico literario, además de editor del suplemento literario del FAZ, el Frankfurter Allgemeine Zeitung, uno de los más influyentes periódicos de Alemania.

Después de unos minutos de conversación con Marcel Reich-Ranicki me dí cuenta de que estaba hablando con una persona muy, muy interesante. Sin duda podía intimidar fácilmente a cualquiera que hablara con él, aunque procuraba evitarlo. Parecía que te adivinaba el pensamiento, sus ojos brillaban con una inmensa inteligencia y hablaba en un «Hochdeutsch» culto y sencillo al mismo tiempo. Hacía notables esfuerzos para no abrumarme con su erudición. Todo en él transmitía un formidable amor al arte y a la literatura. Era evidente que su capacidad de soportar la estupidez simplemente no existía.

Como miembro del Gruppe 47, había llegado rápidamente a la cumbre del establishment de la cultura alemana. Le llamaban el «Literaturpapst», el Papa de la Literatura de Alemania. Aunque sus orígenes, como hijo de un comerciante judío de Wlocawek, fueron polacos. Su madre, hija de un rabino, era berlinesa. Estaba enamorada de la literatura alemana. Hasta su muerte, en las cámaras de gas de los nazis en Treblinka, habló en alemán. Su hijo heredó de ella el amor a los libros y a la palabra escrita. El joven Marcel amaba a Goethe, a Schiller y a Heine. Y ese amor se mantuvo a pesar del Holocausto, en el que pereció casi toda su familia. Las atrocidades de los nazis no consiguieron enturbiar jamás su Deutschtum, su germanidad.

Al perder su padre su negocio, se trasladaron a Berlín en 1929. Allí, en la escuela, recibiría del profesor Reinhold Knick las enseñanzas que le permitirían acercarse al idealismo de los grandes clásicos alemanes. En 1940 él, su hermano y sus padres fueron deportados al gueto de Varsovia. Su hermana pudo huir a Inglaterra antes del comienzo de la guerra. En el gueto conoció a la que sería su mujer, Teofila Langnan, salvada por él milagrosamente de los campos de exterminio. Pudo huir del gueto; se unió al Ejército Polaco de Liberación. Después de la guerra trabajó como periodista y crítico literario. En 1958 abandonó Polonia. Emigró con su mujer y su hijo a Alemania. Se instalaron en Hamburgo

Su carrera fue meteórica. Gracias también a sus intervenciones en el «Cuarteto Literario», un famoso programa de la televisión alemana. Sus pronunciamientos favorables sobre una obra literaria se convirtieron en el camino más rápido al éxito para muchos escritores en lengua alemana. E incluso de otros países. Convirtió a autores españoles, como Javier Marías o Rafael Chirbes, en escritores de culto para el gran público alemán. Solía decir que él era medio alemán y medio polaco y totalmente judío. Aunque amaba a Israel, no practicaba su religión. Después de los horrores vividos en el gueto, para él la fe era imposible. «Creo en Mozart y en Shakespeare». Falleció Marcel Reich-Ranicki el pasado 18 de septiembre. Tenía 93 años.