Se ha liado una buena con la entrevista de Albert Pla en La Nueva España, ésa en la que dice que le da «asco» ser español y que obligaría a los asturianos a aprender catalán. El revuelo fue tal que se anuló el concierto previsto, el motivo de aquella página de periódico.

No le echen la culpa a los de siempre, a los seguidores de Intereconomía y similares; todo el mundo se le ha tirado encima, incluso, supongo, alguno de los que le defendió tiempo ha, cuando el follón que montó fue a raíz de una canción, Carta al rey Melchor -al principio titulada Carta al rey-, en la que narraba cómo un republicano se enamoraba de su hija: «Es cuestión de amor por la princesa, majestad/Entiéndalo, rey mío, por favor, compréndalo/Aunque sea soberano, supongo que será humano».

Hoy, cuando hay tanto republicano de nuevo cuño y lengua envalentonada por nuestros medios de comunicación, suena pueril pero entonces, en 1992, en la era preurdangarina, la cosa tuvo su cierta mandanga. Muchos se manifestaron a favor de Pla, vestidos con la bandera de la libertad de expresión, pero supongo que ésta, la libertad de expresión digo, tiene un límite, una línea roja que termina en cuestionar las bondades de sentirse español. Claro, los políticos respetan la libertad de opinión pero le han cancelado el concierto en el Teatro Jovellanos. Libertad de contratación.

Vamos a ver: que un español se sienta asqueado de ser español: primero, porque sólo un español sabe lo que es ser español -a mí lo que me resultaría inapropiado es que un inglés se sintiera asqueado de ser español-; segundo, yo veo, escucho y leo a muchos españoles asqueados de serlo.

Y no es cosa de ahora mismo, de esta crisis de todo en la que tratamos de sobrevivir; echen un vistazo a las frases célebres de algunos de nuestros prohombres más señalados: «No se puede hablar de decadencia española en sentido estricto, porque para decaer hay que caer desde algún sitio y España no ha llegado a cúspide alguna» o «La desventura de España es la escasez de hombres de talento» (ambas de Ortega y Gasset); no olvidemos la mítica de Joaquín M. Bartrina: «Oyendo hablar a un hombre, fácil es/acertar dónde vio la luz del sol;/si os alaba Inglaterra, será inglés,/si os habla mal de Prusia, es un francés,/y si habla mal de España, es español».

Ahora, que aquí somos muy nuestros, como venga un a criticarnos como nosotros mismos nos criticamos, con crueldad, sin piedad€ ¡Eso sí que no!. Porque Albert Pla se siente así, extranjero, y me temo que, le guste a usted o no, poco podrá hacer para cambiarlo, aunque sea usted concejal de cultura de un ayuntamiento del PP y le descontrate para hacerse el gallito ante sus votantes.

Pla es consciente de que decir según qué cosas le trae «limitaciones» -«No puedes ir a según qué medios de comunicación, o tocar según qué escenarios€ Pero mira, ellos tampoco pueden venir a mi casa a comer», dijo en The Clinic recientemente- y punto. Al final va a resultar que atiborramos este mundo de tanta información, de tanta opinión, de tantas declaraciones, dimes y diretes solamente para poder leer, oír o escuchar lo que nos gustaría leer, oír o escuchar. Si es así, de verdad, tenemos un problema, y mucho más gordo que el hecho de que un señor no se sienta conforme con haber nacido en un país que no le agrada.