Málaga tiene un problema de limpieza. Y un problema con la empresa de limpieza. Málaga está sucia. No están limpios los barrios de La Luz o La Paz, ni lo está la calle Arango o Martínez Maldonado, ni brilla Eugenio Gross ni Gerardo Diego o calle Nueva. No luce la plaza Mozart ni refulge el suelo en la zona de la estación. Los malagueños, los españoles, no somos todo lo cívicos que sería deseable. Quien esté libre de haber arrojado un chicle que tire la primera piedra. Falta apego al terruño de la ciudad. Pero Málaga también tiene un problema con su empresa de limpieza. Limasa no tiene la eficiencia suficiente. Seguramente porque le falta personal. La parte privada se ha llevado una cantidad ingente de millones de euros de beneficio desde hace unos años. 51. Es legítimo que así sea. Una empresa se funda para el lucro. Para ganar dinero. Caridades e inocencias, las mínimas. Y cuanto más dinero gane, más riqueza y empleo puede crear. Sin embargo, ganando tanto es un pelín pornográfico (o sucio, nunca mejor dicho) que la ciudad no esté más limpia y que no se contrate más personal. Tal vez escribir esto, lo de que faltaría contratar personal, sea ir contracorriente. Tal vez alguien piense que somos presa de enajenación informativa transitoria. Va a ser que no. Basta pasear por Málaga y mirar al suelo. Mirar luego la cuenta de beneficios de Limasa. Sin embargo, la empresa quiere bajar sueldos. El único argumento es que todas las empresas municipales han tenido descensos de salarios. Sin embargo, no todas las empresas son mixtas, o sea, público-privadas. En cualquier caso, eso que repiten responsables municipales de que en todas las empresas ha habido recortes y que ahora Limasa no puede ser diferente es algo así como argüir que aunque no se lo merezcan hay que joder a todo el mundo por igual, sí o sí. Los socios privados de Limasa estrujan a un pusilánime Ayuntamiento de Málaga sacando aquí mucho, mucho más que lo que sacan en otros consistorios de grandes ciudades. Que además, están menos sucias. Así lo demostraba un informe publicado por este diario hace unos meses. Así se puede corroborar con datos que son públicos. Sobre Limasa se ha instalado un marco conceptual y teórico, informativo también, alentado por la lengua de madera de los políticos, que induce a hablar mal de ella y a ponerse en el bando de los que opinan que necesita no más personal y sí más mano dura. Lamentable. Y sin que sea contradictorio pensar que en Limasa (bueno, como en todos sitios, por otra parte) hay más de un flojo, muchos absentistas por la cara, cierta falta de planificación y un sistema de contratación de familiares (o al menos lo había, vergonzante y chapucero). La última novedad en Limasa, del jueves, indica que de lunes a viernes habrá 174 operarios menos de limpieza al día durante el invierno, mientras que el sábado se registrarán 516 trabajadores más que en verano. Se recupera así el sistema anterior al laudo que resolvió (aplazó) el conflicto laboral. Sin embargo, el Ayuntamiento, que ha inventado a lo que se ve una nueva matemática, estima que la ciudad estará más limpia. ¿Más limpia? con 174 menos. Aducen que se reorganiza, que los baldeos serán en otros sitios, que se distribuyen mejor los efectivos, bla, bla, bla. 174. Todo un ejército de limpieza en una ciudad grande pero no una Nueva York. Este sistema estará en vigor hasta el 31 de diciembre, porque su continuidad dependerá de las negociaciones entre trabajadores y dirección. Una negociación, que se inició el pasado viernes. No sabemos cómo evolucionará. Si asistiremos a escenas de lucha proletaria y asambleas masivas, madrugadas de envites, bocadillos y soflamas o más bien será algo de despacho, after shave, café y comunicado aséptico de prensa. Si será larga o no. De las tres partes, trabajadores, privados y Ayuntamiento, es éste último al que en teoría más le importa la ciudad. Y su limpieza. Los primeros y los terceros van a lo suyo. Es lógico. Pero no lo es tanto que sea la ciudad la que siempre pierda. Tenga cuidado si va caminando distraido con el periódico. O si va a salir ahora de casa o si nos lee en su moderno celular en una cafetería. No es improbable que pise un boñigazo. Abundan.