Niños transexuales

En una de las películas preferidas de mis hijos, Ice Age 2, el deshielo, hay una mamut llamada Ellie que va por el mundo creyéndose una zarigüeya. A lo largo de la cinta se descubre que, siendo bebé, perdió a sus padres durante una tormenta de hielo y fue adoptada por una mamá zarigüeya que la crió como tal junto a sus dos crías, dos descerebradas y simpáticas criaturas que no se preocupan mucho de plantearse por qué su «hermana» mide 5 metros de altura.

La mamut adopta todos los comportamientos que ha aprendido en casa: se cuelga de las ramas (que se rompen obviamente por su peso), se esconde tras el tronco de un fino árbol creyendo que así se oculta cuando hay peligro y al ver sobrevolar un ave rapaz se hace la muerta como sus hermanos para evitar «que el pájaro se la lleve volando».

Acompañada sólo por zarigüeyas, ella es «feliz». La quieren tal y como es y defienden a capa y espada que es que ella es «diferente». Por eso no les importa mucho el asunto de la «identidad de especie» mientras viven aislados en el núcleo familiar. El problema (o la solución) llega en el momento de la socialización.

Es el encuentro con otro mamut y otros animales, lo que le hace ver su propia realidad desde otro punto de vista. El trato que le dispensan, lleno de cariño y afecto, pero siendo sinceros con ella, es el que le hace asumir que no es un error de la naturaleza o una zarigüeya que ha nacido en cuerpo de mamut (la fantasía a veces nos ayuda a solucionar problemas que no son fáciles de admitir), sino que es un mamut con todas las de la ley a quienes las circunstancias le han llevado a sentirse zarigüeya.

Al hilo de los casos de supuestos niños transexuales en Málaga podríamos preguntarnos: ¿Tienen a su alrededor zarigüeyas que los jaleen porque no pueden ver más allá o mamuts que con cariño y sentido común tratan de ayudarles a ser quienes realmente son?

Pablo de Oliva RubioMálaga