­­­No me cabe duda de que cuando Hemingway viajaba a España disfrutaba, de la mano de cualquiera de sus buenos amigos, de los placeres y bondades que nuestro país ofrecía y que, como ahora, no eran pocos. Entre esas alegrías seguro que estaba la de comer bien, porque incluso en los momentos de mayor penuria económica y social, la gastronomía siempre ha sido una de nuestras grandes virtudes. Sin embargo y aunque el escritor dejara testimonio de su paso por La Cónsula, en esos momentos propiedad de unos compatriotas norteamericanos, no fue la cocina lo que motivó su visita, sino el encargo de escribir una crónica taurina. Otro gallo hubiera cantado si aquel episodio se hubiera producido en estos últimos veinte años, en los que la escuela de hostelería que alberga desde entonces esta finca se ha convertido en todo un referente en cuanto a formación gastronómica y hostelera. El mundo del toro y sus protagonistas hubieran pasado a un segundo plano en aquel reportaje, de haber degustado este Premio Nobel alguna de las exquisiteces que con tanto cariño son capaces de preparar los alumnos de esta escuela.

Dos décadas formando talentos del buen comer que pasean por el mundo sus dotes culinarias desarrolladas hasta la excelencia gracias a las enseñanzas recibidas en La Cónsula. Y es que de aquellos fogones han salido no pocos cocineros cuyo trabajo es reconocido en España, pero también en el extranjero, donde exportan su cocina y con ella el cebo perfecto para atraer a más visitantes, completando aún más si cabe la amplia oferta turística de nuestro país. Es decir, que La Cónsula puede considerarse un activo de máxima importancia para nuestra principal industria que es el turismo. Y como tantas valiosas iniciativas que tenemos en nuestra tierra, su gestión ha ido bien mientras la economía iba bien, pero no estaba preparada para una época de vacas flacas como la que vivimos. Sin que haya trascendido a la opinión pública mayor detalle de esa gestión, la conclusión no puede ser otra después de conocer la deuda que la Junta mantiene con la Escuela (400.000 euros del pasado curso y otros 200.000 del anterior) y, en consecuencia, ésta con sus proveedores. La difícil situación económica y un inoportuno traspaso de competencias entre dos Consejerías (de depender de Empleo ha pasado a ser responsabilidad de Educación) mantiene cerrado este prestigioso centro. Mientras la incertidumbre cunde entre sus alumnos, que hace más de un mes que deberían haber empezado las clases.

En este tiempo, tanto el consejero como su delegada provincial no han titubeado al asegurar que La Cónsula abriría sus puertas, pero lo cierto es que hasta el día de hoy no ha sido así y los alumnos han anunciado, después de diferentes protestas, que estudiarán en el parking del recinto. A estos jóvenes que rompen las estadísticas de NINIs en España, que luchan por su futuro y por poder ejercer su vocación, no les escucha nadie en la administración competente, incapaz de explicarles que va a ser de ellos.

El consejero de Educación, Luciano Alonso, durante años titular de la cartera de Turismo con la que consiguió blindarse ante cualquier crítica gracias a su generosidad extrema repartiendo dinero a espuertas, debería aparcar esas prácticas y dedicar los fondos que destina a campañas y propaganda en los medios de comunicación, a desbloquear de una vez por todas la delicada situación de La Cónsula. Málaga no se puede permitir el lujo de perder un emblema como éste, que aporta al mercado laboral capital humano altamente cualificado y éste, a su vez, valor añadido al principal sector de nuestra economía.

*Patricia Navarro es senadora del PP por Málaga