Me hice eco la semana pasada en este mismo espacio del emotivo acto de nombramiento de padrino pedagógico que tuvo lugar en la desde entonces querida Escuela Pública Experimental Desconcentrada Doctor Carlos Juan Rodríguez de la ciudad de San Luis (Argentina).

Dos días después, el viernes 19 de octubre, llegué a Barreal, una localidad argentina que se encuentra a los pies de la precordillera de los Andes, en el frontera con Chile, para ser honrado con un nombramiento similar. Barreal es un lugar paradisíaco que ha merecido justamente la denominación de Terraza del Cielo. Dice el poeta Antonio de la Torre en su hermoso poema Atardecer en Calingasta: "Bajo los cielos absortos/ brincos de cumbres nevadas./ El río traza sus curvas/ hablando con la distancia». Calinganta es un Departamento de la Provincia de San Juan en el que está enclavada la ciudad de Barreal. Después de recorrer casi doscientos kilómetros bordeando montañas de colores tan maravillosos como variados, llegamos a la humilde escuela Saturnino Aráoz. Una escuela rural de apenas doscientos escolares. Por lo que pronto pude ver, una escuela con alma.

Siempre he tenido predilección por las escuelas rurales. Probablemente porque yo fui un niño que dio sus primeros pasos en el sistema educativo en una escuela rural. Nací y fui a la escuela en Grajal de Campos, dentro de la provincia española de León. (Por cierto, la planta de la torre de la iglesia de mi pueblo tiene una forma original: cuenta con cinco esquinas y si se le añadiera otra, solo tendría cuatro. Propongo a mis lectores y lectoras que busquen la solución a este curioso enredo arquitectónico). Todavía recuerdo con emoción el camino de la casa de mis padres a la escuela. Un día que llovía mucho, el maestro me llevó a cuestas desde la escuela a la casa. Aquel corto viaje a hombros del maestro es para mí un símbolo del valor de la educación. Los maestros llevan a sus escolares a lugares remotos a hombros del saber y del amor.

Mi predilección por las escuelas rurales se debe, además, al hecho de considerar que las escuelas rurales desempeñan una misión fundamental en la comunidad. Cuando desaparece la escuela de un pueblo, se puede poner en su estrada: Cerrado por defunción. De ahí el título de un artículo que publiqué hace algunos años: «Mi querida escuela rural».

Al llegar a Barreal, me esperaba toda la comunidad educativa. Los niños que, acabada su jornada de viernes, esperaban impacientes el fin de semana. La directora y el cuerpo docente, las madres de la Asociación, la abanderada y sus escoltas, el señor intendente, la supervisora, el sacerdote y mi querida amiga Silvia Berrino, representante de la UCA.

Se respiraba emoción, alegría y afecto. ¿Cómo no sentirse honrado, satisfecho y feliz ante tantas y tan generosas muestras de cercanía y amabilidad? ¿Cómo no sentir por otro motivo más que la educación es la terreno de las emociones?

Todo estaba lleno de detalles: hilo musical, carteles de bienvenida y agradecimiento (el agradecimiento en realidad era mío), pensamientos pedagógicos y adornos que embellecían las paredes que circundaban el patio escolar€

Una vez entonado el hermoso y vibrante himno argentino, se inició la ceremonia de nombramiento. Se sucedieron las intervenciones de la directora, el intendente, el sacerdote, los niños con textos y canciones€ Una niña leyó: «Te vemos venir, padrino/ y con nuestros brazos abiertos/ festejamos tu llegada€». Sí, aquello era una fiesta. La fiesta de la educación.

Después procedimos a plantar un naranjo en la entrada de la escuela. Un árbol que dará flores de azahar, sabrosos frutos dorados, sombra a quien tenga calor y cobijo a los pájaros€ Un árbol que deberá ser regado, cuidado con esmero y protegido de plagas y tempestades para que pueda crecer. La directora había dicho momentos antes en su discurso que el hecho de plantar un árbol «servirá como eslabón de comunicación y estrechará vínculos con el conocimiento». Así debería ser. Así será.

En la Editorial Profediçoes de Portugal publiqué en el año 2012 un libro titulado El árbol de la democracia. En él hacía referencia a la importancia del terreno donde se planta, a los cuidados que exige y a los frutos que produce. Volveré a utilizar esta metáfora en un libro que se publicará en 2014 (Editorial Laberintos de Buenos Aires) y que se titulará Vivir en primavera. El valor de la educación. El título se debe a la hermosa metáfora que Neruda atribuye al amor y que yo aplico a la educación: «La educación hace con las personas lo que la primavera hace con los cerezos». La educación es una primavera que genera las condiciones para que los alumnos florezcan y den frutos.

Una vez plantado el árbol, continuó la ceremonia con nuevas intervenciones. Y, al final, la profesora que dirigía el acto me concedió la palabra.

Un pequeño accidente de coche que sufrimos en la ciudad de San Juan nos había hecho llegar tarde. Por eso mis primeras palabras fueron de disculpa. Si se roba algo de valor material (dinero, joyas, cuadros€), en un gesto de arrepentimiento se puede devolver, pero el tiempo no tiene restitución posible€ Luego llegaron palabras de sincera gratitud por el recibimiento. Y, más tarde, las relacionadas con el nombramiento de padrino, con su significado y sus compromisos. Hice ver la importancia de la educación para las personas y las sociedades. Manifesté mi convicción de que la educación va más allá de la mera instrucción. Dije también que la educación era una tarea de toda la sociedad. Recordé el hermoso proverbio africano: «Hace falta un pueblo entero para educar a un niño». Con sinceridad y afecto, agradecí el nombramiento de padrino pedagógico que se me hacía en aquel atardecer inolvidable.

Nos intercambiamos regalos, nos hicimos fotos y más fotos y departimos una rica merienda en el patio. El ambiente no podía ser más hermoso en aquel atardecer en Calingasta. Era una tarde de verdadera primavera pedagógica.

Los niños y las niñas venían a darme un beso de despedida como si nos conociésemos de toda la vida. Qué delicia de criaturas.

Firmé en el libro de oro de la escuela. Brindé por escrito: «¡Por la maravillosa primavera que es cada día esta escuela! Con mis felicitaciones, agradecimiento y afecto».

Visité las instalaciones de la escuela acompañado de algunas profesoras. El espacio de la escuela está siempre cargado de significados. Todo habla en la escuela. Iba pensando al recorrer la biblioteca, las aulas y los despachos que en esos humildes lugares se celebraba cada día el milagro del aprendizaje, el asombroso hecho de que ese puñado de niños y niñas aprendiese a ver el mundo con nuevos ojos y se ejercitase la convivencia que derriba discriminaciones y prejuicios. Pensé que aquella escuela era la gran mezcladora social de Barreal. Y me fui con el corazón lleno de felicidad y gratitud porque aquella comunidad me había hecho generosamente su padrino.