Estos días se cumplen dos años de aquel mal trago para el baloncesto malagueño que fue el momento en el que Juan de Dios nos dejó. Para muchos aficionados del Unicaja Juan de Dios era ese hombre que se sentaba en el Carpena cerca de nuestro entrenador, el mítico delegado de campo. Para las personas como yo, que me he criado prácticamente en Los Guindos, Juan de Dios era mucho más que eso. Era una institución para todos los que trabajamos allí, el hombre que lavaba las equipaciones de los equipos, que limpiaba el parqué, que arreglaba las canastas cuando se rompía un aro o que cambiaba las redes cuando estas estaban feas por el uso. Él era capaz de llevarse a comer a su casa a un jugador extranjero del equipo ACB para que su mujer le cocinara porque decía que no sabía dónde iba a comer a esa hora€ Un hombre entrañable que siempre tenía una anécdota que contarte y del que jamás olvidaré cómo me saludaba cuando me veía dándome un beso en la mejilla como si fuera un hijo suyo más.

Cuidaba Los Guindos como si fuera su casa. Ponía mimo en todos los detalles que para otros pueden carecer de importancia pero que para él, que sentía aquello como algo suyo, eran fundamentales. Era muy gracioso oírle echar una bronca a cualquiera que se atreviera a pisar la cancha con zapatos. Lo hacía de una manera que era imposible no reírse.

Pero las grandes personas hacen cosas grandes, y Juan de Dios no iba a ser menos y dejó Los Guindos en manos de Tere y Juan de Dios júnior, sus hijos. Ellos aprendieron de su padre cuál era la labor que desempeñaba y siguen haciendo a la perfección el trabajo que ya hacía él. Pero lo que mejor aprendieron es ese amor por Los Guindos, que siguen cuidando como si fuera su casa.

Evidentemente para que jugadores como Domas Sabonis lleguen a jugar en el primer equipo es muy importante tener talento y condiciones físicas, poner muchas horas de trabajo y estar rodeado de entrenadores y preparadores físicos que conduzcan el camino que debe recorrer un niño como éste para triunfar. Pero también es fundamental el trabajo que hacía Juan de Dios y que ahora continúan sus hijos, un trabajo que está lejos de la táctica o de la técnica pero que tiene una importancia que solo se valora si se pasan tantas horas dentro de Los Guindos como pasamos nosotros.

A personas como Juan de Dios es imposible olvidarlas. Estoy convencido de que estará en el cielo paseando con su scooter y su casco con ese estilo vintage pidiéndole la equipación a Petrovic y a Fernando Martín para lavársela él mismo y que esté preparada para el siguiente partido y echándole una bronca a quien se atreva a pisar el parqué de la cancha que habrá allá arriba. Seguro que desde allí no se perderá ningún partido de su Unicaja, estará atento al inicio de temporada y vacilará de cómo está jugando su equipo con Manel Comas, al que llamará sheriff cuando le cuente alguna de sus anécdotas.

Allí en el cielo también estará pendiente del Clínicas Rincón, donde juegan los niños de la cantera del Unicaja y será feliz de ver lo que están haciendo los Alberto Díaz, Pepe Pozas o incluso Richi Guillén, al que conoció tanto en su etapa de jugador de cantera como en su etapa en el primer equipo. Y también estará orgulloso de ese entrenador que los dirige en el banquillo y que él besaba en la mejilla cada vez que lo veía en Los Guindos.

Juande, desde esta pequeña ventanita que me ofrece La Opinión, quiero decirte que nuestra victoria del pasado viernes va por ti, para que sigas alegrándote de cada victoria del Unicaja y del Clínicas puesto que esos son tus equipos y tú eres parte de ambos. Tú mejor que nadie debes disfrutar de ellos. Mi recuerdo de ti sigue igual, y que sepas que sigues estando presente aquí en tu pabellón, en tu casa. Tu hijo Juan de Dios continúa cuidándolo como tú lo harías y Tere mete esas broncas a cualquiera que no respete la instalación y me hace reír cuando lo hace igual que tú me hacías reír, así que puedes estar tranquilo. Pero ellos no cuentan esas anécdotas que tú contabas, por eso tú eras diferente y tan grande. Te echo de menos. Un abrazo muy grande, Juande.