Lamentable. Una vicepresidenta de la Diputación, Francisca Caracuel, y un notable alcalde de Nerja, Alberto Armijo, pidiendo en la recepción de un hotel el número de habitación de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. El vicesecretario general del PP de Málaga y vicepresidente de la Diputación, Francisco Oblaré, identificado por la Policía Nacional tras una trifulca callejera en las puertas del Museo Picasso con los escoltas de la presidenta de la Junta de Andalucía al intentar entregarle un documento. Denuncias públicas de un supuesto intento de atropello por parte del conductor de Susana Díaz a dirigentes del PP. Golpes de cargos del PP en el vehículo de Díaz. Gritos e insultos..., y hasta una denuncia que Oblaré presentará en el juzgado de guardia contra los escoltas de la presidenta andaluza por lesiones, parte médico incluido. Todo este circo bajo la atenta mirada de la prensa internacional, de representantes de la cultura, de los nietos de Picasso y demás personalidades que acudieron ayer a los actos institucionales para celebrar que el museo cumple diez años. Una celebración empañada por una absurda estrategia política por parte del PP. No era el lugar ni el momento, por muy justa que sea la causa.

Sí. Fue lamentable el espectáculo que brindaron ayer numerosos cargos públicos del PP a los ciudadanos de Málaga e incluso algunos reconocen a este plumilla que se les fue de las manos su acción reivindicativa (y justa) de que la Junta de Andalucía abone más de 16 millones de euros que adeuda a municipios de menos de 25.000 habitantes. Hoy, lejos de refugiarse en el supuesto atropello y las posibles lesiones, denuncias y otras pantomimas, deberían hacer una reflexión general de si estas actitudes son las que demandan los ciudadanos; si esta es la forma de hacer política que necesita esta provincia. Seguramente hoy, ya en frío, todos y cada uno de los cargos públicos del PP rechazan y repudian lo que sucedió ayer pues, pasaron de un encierro-camelo a una protesta callejera con trifulca incluida protagonizada encima por uno de los pesos pesados de los populares en Málaga. Y eso que Oblaré no es mal tipo ni ese es su estilo de hacer política.

Además este episodio desnuda también a parte de nuestros políticos. Hace unas semanas el PSOE inicio una campaña de denuncias contra el Gobierno del PP y se encerraron unas horillas en la Diputación de Málaga. Aquello era un cachondeo. Entraban, salían. «¡Oye!, que bajo al bar y dentro de un rato subo». «Vale, vale, pero traeme algo...». En fin. El PP, que estaba perdiendo espacio político en la provincia, imitó esta estrategia y lo que iba a ser una mera protesta por los impagos de la Junta terminó el pasado viernes en un encierro en las dependencias de la delegación del Gobierno andaluz. Tres cuartos de lo mismo. «¡Oye!, que salgo un momento. ¿Alguien quiere algo?» En fin. Un encierro es un encierro y no un cachondeo en función de los focos de las cámaras que lo retrasmitan. Pero además, con la que está cayendo, resulta hasta ridículo ver a dos grandes partidos jugar al «encerrados» en vez de dar ejemplo y tratar de solucionar las diferencias a través del diálogo, de la negociación... Saben hacerlo y han dado muestras de ello. Ahí están sus cientos de miles de votos que respaldan su trabajo diario, sus sacrificios. Pero con estas estrategias de lucha callejera legitiman además ahora a que cualquier ciudadano al que le deba pasta la administración se encierre con sus colegas en dependencias oficiales, lo que originará un problema de espacio conociendo cómo pagan algunas administraciones a sus proveedores.

Pero una cosa es este juego de denuncia política, del jugar al «encerrados» y otra muy distinta son los sucesos de ayer. Oblaré, un político muy trabajador, honesto y que últimamente se come todos los marrones de su partido perdió ayer los papeles. No midió bien y forzó tanto la cuerda que se partió. Mal hicieron al presentarse en el hotel donde se alojaba la presidenta andaluza, provocando esa estampa del supuesto atropello y de los golpecitos en el coche de Díaz. Mal por la sencilla razón de que allí estaban cargos públicos importantes del PP, no se trataba de una protesta callejera de militantes, de simpatizantes o de las nuevas generaciones. Pero peor fue el desenlace. Se plantaron en las puertas del Museo Picasso y al finalizar el acto institucional intentaron de nuevo entregar unos documentos a la presidenta y pese a que un consejero les dijo que no era ni el lugar, ni el momento para abordar el asunto, Oblaré maniobró para alcanzar a Díaz lo que originó una tangana con los escoltas de la presidenta y la posterior intervención de la Policía Nacional ante la mirada atónita de la multitud allí presente.

Semejante error de cálculo político no fue desaprovechado por la incipiente maquinaria del nuevo socialismo andaluz, que irrumpió en masa con apoyo incluso de la ejecutiva federal, solicitando dimisiones, comparando los métodos del PP con la «kale borroka» y exigiendo al propio Rajoy que ponga orden entre las filas del PP de Málaga y andaluz. Munición de la buena que a buen seguro rentabilizarán durante semanas y que sacará de la agenda la justa reivindicación de que la Junta mantiene ahogados con los impagos a los pequeños ayuntamientos de la provincia. Heredia y Conejo se frotaban ayer las manos.