Proyecto es una de esas palabras con prestigio. Como estructura. Dices que tienes un proyecto y los rostros de los comensales se vuelven hacia ti. Igual da que sea un proyecto de novela que de un casino, aunque el proyecto por antonomasia es el de vida. Un tipo con un proyecto de vida, ahora mismo, es un arcángel. Precisamente, lo que de verdad nos gustaba del proyecto europeo era lo que tenía de proyecto, más que lo que tenía de europeo. De ahí que nos entregáramos con aquella alegría suicida a Maastricht, al euro, a Angela Merkel. Si se trataba de un proyecto, tenía que ser por fuerza algo elogiable, incluso algo puro, inmaculado, prístino (he ahí otras connotaciones idiotas del término). Pero nadie nos explicó en qué consistía. Tampoco lo solicitamos. Nos adherimos al PROYECTO con fe religiosa por su mera calidad de PROYECTO. ¿Existe hoy un eurodiputado, uno solo, capaz de aparecer en la tele y explicar, puntero en mano, en qué consiste o consistió? -Miren ustedes, el PROYECTO consistía en salir de la pobreza para llegar a la más profunda de las miserias. En la actualidad, y a base de trabajar y trabajar para alcanzar tan ambicioso objetivo, nos encontramos exactamente en este punto. -¿En cuál? -Asómese a la ventana y lo verá. Olvidémonos del PROYECTO, con mayúsculas, que llama a la emoción, y analicemos, con el escaso conocimiento que nos queda, el proyecto a secas, a ver qué pasa. Y lo que pasa o aparenta pasar es que el proyecto europeo es un desproyecto que incluye, entre otras tragedias, la muerte masiva de inmigrantes a las puertas de Italia o la detención, a la salida del colegio, de una cría de 15 años. Acabaremos deteniendo a los inmigrantes a la salida del útero, de camino al nido. Un desproyecto en el que el malentendido económico entre los países periféricos y Alemania parece irremediable ya. Llámenlo, si prefieren, un sindiós, un disparate, un desatino. No se carguen la palabra proyecto, dejen alguna cosa sin pisotear o explíquennos si el pisoteo formaba parte del PROYECTO.