Sorpresa. Estupor. Vergüenza. La escena montada por un grupo de alcaldes del PP y con el vicepresidente de la Diputación, Francisco Oblaré, a la cabeza, ha sido uno de los espectáculos más bochornosos que he visto y eso que en los últimos años se han vivido muchos. No es de recibo que unos cargos públicos, que representan a los malagueños y que son garantes de la democracia, pierdan las formas así. Pero más grave aún me parece quien, en frío y una vez serenada la tensión del momento, justifica estas acciones como si fueran lo más normal del mundo. Pues no, señor alcalde de Málaga, nada justifica que un político caiga en esta vegüenza.

La ejemplaridad pública que tanto ha predicado el PP se ha quedado en una pura pantomima, en un borrón que parece difícil de limpiar y que ha quitado toda la razón a unas reivindicaciones que eran justas. Ya nadie se acuerda de por qué el PP se encerró en la Delegación del Gobierno andaluz. Y menos por qué querían entregar una carta a la presidenta de la Junta, Susana Díaz, en una acción que reventó un día que debía ser perfecto para Málaga, celebrando el décimo aniversario del Museo Picasso. De hecho, empiezo a dudar de que a ninguno de los que participaron en el acoso a Susana Díaz le interesara de verdad la reclamación. Buscaron la bronca y consiguieron acaparar los focos, olvidando que en la democracia importa tanto la honestidad de los discursos como de las acciones. Y aquí no se ha sido honesto ni ético.

El PP debería plantearse una reflexión profunda y sincera sobre lo que ha ocurrido y tomar medidas. No puede criticar los acosos sufridos por sus cargos públicos en meses atrás si ahora cae en lo mismo. Y lo que es peor, lo justifica.

Da igual quién sea el partido responsable de estas acciones, que en este caso ha sido el PP malagueño, nunca, jamás, se pueden permitir estos espectáculos. Siento vergüenza como malagueño y pena por la reclamación que estaba de fondo, porque se ha quedado en una anécdota por la falta de cabeza de unos representantes públicos. No todo vale en democracia. Nunca. No soporto volver a ver esas imágenes por la repulsión que me provocan, sobre todo con un protagonista que es un político al que consideraba de otro talante. No es un problema de siglas, sino de acciones, y esas no se pueden justificar.