Todas las comunicaciones son muy seguras. Van por satélites en un cielo que está controlado por los militares y por Internet, una red desarrollada por el Pentágono. Cada ordenador es un terminal accesible desde el centro y las grandes empresas estadounidenses que nos prestan los mayores servicios a través de Internet colaboran con las agencias de espionaje que debe controlar la Casa Blanca, con las empresas multinacionales que quieren conocer nuestros gustos para vendernos sus productos y bastante menos con el fisco de cualquier país, para no colocar dinero en los bolsillos de gente que no sabe usarlo, como repite el catecismo.

Estados Unidos nos espía por orden o con permiso o por despiste de Obama, responsable de ello en cualquiera de los tres casos. El socio, el amigo, el ídolo, el amo nos espía con tanta desfachatez que el gobierno español, pro americano, liberal, obediente, amigo de los socios del país socio, tiene que quejarse un poco y llamar al embajador y salir diciendo que confían en que den las más claras explicaciones. En nombre de la seguridad de los estadounidenses la seguridad de nuestras comunicaciones que pasan por sus satélites o por sus redes pierde toda importancia. La guerra contra el terrorismo abre todas las puertas, con llave, con ganzúa o a patadas.

En el horizonte, hay un acuerdo de libre comercio entre EEUU y la UE que se quiere tener firmado en un par de años y que se persigue desde hace más de medio siglo. Nos podemos entretener con lo que queramos pero si llega a escribirse y a firmarse nada cambiará más nuestra vida económica, ya tan mudada por esta crisis.

El objetivo es hacer frente a China pero un país como España puede ser sólo la dieta de sus socios, cercanos o lejanos, y en la maraña de lo que se negocia se pueden ir los últimos restos del estado del bienestar y de lo que sobresalga o no llegue a la uniformadora globalización.