Las rebajas de impuestos son siempre gratas al cuerpo, y por eso hay que desconfiar, igual que de las viandas sabrosas, que suelen ser las más dañinas para la salud. Una bajada de impuestos en la mano de un político que olfatea elecciones apesta a droga a la puerta de un instituto. La rebaja fiscal sólo puede hacerse eliminando gasto público o aumentando déficit y deuda (o sea, cargándola al que venga detrás). Si el camino elegido es reducir gasto, lo honesto es decir de forma clara y precisa dónde se va a recortar: en inversión, en prestaciones sociales, en servicios públicos, en subvenciones y ayudas o en funcionarios de la administración. No digo que no se haga: digo que se diga, que el contribuyente sepa la contrapartida de su ahorro. Si el que toma la decisión lo sabe (si no lo sabe sería un irresponsable) está obligado a cantarlo, y tan alto y claro como pregona la rebaja.