Mariano Rajoy sabe una cosa: que salvo un improbable milagro, no podrá evitar perder la mayoría absoluta en las próximas elecciones generales. No le da tiempo a remontar. Ahora mismo la intención de voto directa al PP es del 11%, y el único consuelo para el Gobierno es que el PSOE no goza de mejores perspectivas. Por lo tanto, si el primer grupo de la oposición no espabila, los populares podrían volver a ser la fuerza con más diputados del Congreso, pero estarían obligados a hacer pactos, quizas a tres o cuatro bandas, y en estas condiciones se hace difícil aplicar estrictamente el propio programa.

¿Qué ha decidido hacer el PP ante tales horizontes? Por lo que se está viendo, ha optado por quemar etapas y aprovechar los dos años que, en el mejor de los casos, le quedan de mayoría absoluta, para aplicar su programa más ideológico, consciente de que lo que no haga ahora quizás no lo podrá hacer hasta dentro de mucho tiempo.

En los primeros compases del mandato las cosas iban de otra manera. La reforma laboral la puso en marcha en un tono menor al que hubieran querido la gran patronal y los ultraliberales de su entorno. Se trataba de mantener una posición más o menos centrada para no perder apoyos populares. Pero la persistencia de la crisis económica, los escándalos de corrupción y el descrédito general del sistema lo han arrastrado. Puesto que el centrismo no evita la caída, táctica nueva.

Así, hemos visto cómo se despreciaba cualquier hipótesis seria de consenso en la nueva ley de educación, al extremo de que casi todos los otros grupos parlamentarios se han conjurado para derogarla en cuanto puedan. Han seguido las leyes sobre seguridad: la que castiga con multas confiscatorias, más duras que una sentencia judicial dura, las protestas sociales más incómodas, y la que atribuye a los vigilantes privados funciones propias de la policía pública. Y ahora llega la ley del aborto, que no sólo desmontará la ley de plazos del 2010 sino que ilegaliza supuestos permitidos por la del 1985, y que está asombrando a los conservadores europeos -excepto a Le Pen-.

Frenazo y marcha atrás a toda potencia. Ir a las esencias. Quizá así evitarán que también les abandone el núcleo duro del votante conservador. Pero más que por eso, es por conseguir hacer lo que les sale del alma mientras estén a tiempo.