¿Y sabes qué es lo peor? Que esta tarde a lo mejor la tengo que ver...», me contaba este amigo entre lágrimas, después de una navidades que para él se quedan. «¡Mes y medio! ¿o ha sido más? Es que tiene... narices illo...». Y yo, que he pasado por lo que él, le escucho, le entiendo y le apoyo en unos días que pueden volverse semanas de cabreo unas veces, de rabia y desconsuelo otras, para acabar difuminándose por el vaivén de las caderas de otra ilusión.

«Aún me acuerdo -me seguía diciendo este amigo- la primera vez que la vi; era lo que yo necesitaba. Era ella y no otra. Ella». Yo también lo recuerdo, porque cuando me lo contó por primera vez, le advertí de que andara con cuidado, de que con estas cosas, ya se sabe, y más con su historial de los últimos meses.

Mi amigo, todo hay que decirlo, lo ha pasado muy mal este verano. La vida le ha sido cruel y le ha dado palos por un lado y por otro, después de haber empezado el año onfire, que decimos los jugones, y cuando parecía que iba a levantar un poquito la cabeza para empezar ilusionado el 2014... ¡zasca! . Bien en el amor, bien en el trabajo, una salud envidiable, y los típicos problemillas económicos que, seamos todos sinceros, ¿quién no tiene alguno con la que está cayendo por todos lados?, mi amigo era el triunfo hecho persona a comienzos del ya año pasado, y el resto de la pandilla le rodeábamos, sintiéndonos parte de su éxito, de su aura de talento, de su alegría. Cuánto ha cambiado la cosa...

Y es que lo tenía hecho, me decía. Que habían hablado un par de veces, que lo acababa de dejar con no sé quién de Europa del Este, que después de año nuevo se verían sí o sí... y el lunes, la noticia. «Que a ver cómo te lo explico, que no es por ti, es que yo me veo más en Madrid que por Málaga...». El sota, caballo y rey de la típica pelandrusca superficial, cobarde e incapaz de decirte a la cara que prefiere a alguien con dinero y estudios, y a la que ahora, entre copas aunque sea de buena mañana, ponemos a caldo mi amigo y yo, antes de que nos separemos en la sobremesa, yo a mi casa y él a su estadio, donde puede que se vean las caras y él le demuestre a ella que se ha equivocado, que tiene mucha más clase que la que ella se merece, y que La Rosaleda no tiene nada que envidiarle al Vicente Calderón.