En el Museo del Prado hay un cuadro de Goya que no es muy conocido. Se llama «El perro», aunque otras versiones le dan el título de «Perro semihundido», y es un cuadro muy raro porque parece un cuadro abstracto aunque está pintado un siglo antes de que apareciera el arte abstracto. En el cuadro sólo se ve la pequeña cabeza de un perro que asoma por detrás de una mancha oscura que no sabemos qué es. El resto del cuadro es un gran espacio vacío que parece descomponerse en una serie de grietas o arañazos -o quizá son sombras- que van pasando del color amarillo al ocre, hasta que se van diluyendo en una masa de lúgubres formas grises. La cabeza del perro se ve con nitidez, y hasta podemos adivinar una expresión de tristeza en su mirada, pero el resto del cuadro tan sólo parece un espejismo que se ha formado en medio del vacío, quizá en un día de mucho calor, uno de esos días que tan bien conocemos y en que toda la tierra parece haberse convertido en una lengua de fuego. ¿Qué hace ahí ese perro minúsculo? ¿Qué busca? ¿Qué mira? No lo sabemos.

Lo único que sabemos es que ese perro de Goya era una de las pinturas murales que decoraban la Quinta del Sordo. A finales del siglo XIX, muchos años después de la muerte de Goya, un coleccionista compró su antigua casa de recreo y decidió pasar las pinturas murales a cuadros sobre lienzo. De ese trabajo se encargó un pintor, un tal Martínez Cubells, y desde entonces todas las pinturas de la Quinta del Sordo -las famosas «pinturas negras»- pueden verse en el Prado. Lo más curioso de ese perro perdido en un paisaje abstracto es que no tiene nada que ver con las demás «pinturas negras». En vez de colosos que practican el canibalismo, o brujas que celebran un aquelarre en una noche de rayos y truenos, en vez de esa apoteosis de la fealdad y la brutalidad que Goya pintó en los muros de su casa, este perro parece la única criatura humana que existe en el mundo.

El poeta Yves Bonnefoy escribió que ese perro de Goya representaba un atisbo de compasión en medio del horror y la desesperanza de las «pinturas negras». Y es que Goya pintó la Quinta del Sordo en un periodo de pesimismo exacerbado, cuando había estado a punto de morir por culpa de una enfermedad desconocida y cuando sus ideas liberales habían sido derrotadas por los más negros prejuicios absolutistas. Pero en medio de la crueldad infinita de las brujas y las peleas a garrotazos, aparecía aquel perro perdido en una masa de colores inciertos, un perro tal vez atrapado en un desprendimiento de tierras y que tan sólo parecía capaz de mirar el vacío con una expresión de tristeza irremediable. Y aquel perro conservaba un último destello de esperanza en los ojos que miraban el vacío, y aquello era todo un milagro en un mundo en el que no parecía posible la esperanza. Y lo mismo ocurría con la desnudez abstracta del cuadro, esa desnudez que prefiguraba un arte que aún tardaría un siglo en nacer, porque en aquel perro habitaba también un arte no nacido, o sea, un doble milagro.

De todas formas, ahora sabemos que esa desnudez abstracta no era por completo así. Por unas fotos que se tomaron antes de trasladar las pinturas murales a lienzo, se sabe que aquel perro de Goya miraba unos pájaros que volaban por encima de su cabeza. Por razones que nunca conoceremos -tal vez por la torpeza del copista, o por los malos materiales que usó-, los pájaros desaparecieron del lienzo y el cuadro del perro se convirtió en uno de los primeros cuadros abstractos de la historia. Da igual. Aunque hubiera dos pájaros encima del perro, aquel cuadro ya era un cuadro por completo diferente a todo lo que se había pintado antes. El vacío era mucho más importante que las figuras. Lo insinuado ocupaba mucho más espacio que lo explícito. El arte había entrado en otra dimensión.

Estuve viendo el cuadro del perro cuando se acababa el año, y pensé que nos ha tocado vivir un periodo muy parecido al que vivía Goya cuando lo pintó. Un periodo de pesimismo y de desesperanza, en el que las ideas más negras se han apoderado del mundo y en el que los colosos y los caníbales se han hecho con el poder. Todo eso es innegable. Igual que le pasa al perro, nos toca vivir atrapados en algo que no sabemos muy bien qué es y que no nos permite avanzar hacia ningún sitio. Si alguna vez hubo pájaros volando por encima de nosotros, esos pájaros ya han desaparecido. Pero no podemos perder las esperanzas. Algún día lograremos salir de aquí.