Sí, ¡maldito petróleo! Fuente de energía, pero también de corrupción, sostén de dictaduras, motivo de guerras civiles, de invasiones y desmembraciones de países, justificación de alianzas non sanctas.

Fijémonos, por ejemplo, en el caso más inmediato: el de la República de Sudán del Sur, con sólo tres años de existencia tras su secesión del Norte, el país más joven del planeta.

Tras la ruptura política entre su presidente, Salva Kiir, y el exvicepresidente, Riek Machar, pertenecientes a dos etnias distintas, la violencia se ha adueñado del país.

Las fuerzas leales a este último han tomado el control de extensas zonas, entre ellas Jonglet, el Estado de Unity y parte del Nilo Superior, ricas todas ellas en oro negro.

Los intentos de mediación de dos países limítrofes - Kenia y Etiopía- no han dado de momento resultado, mientras que otro ambicioso vecino, Uganda, ha decidido apoyar fuertemente al presidente Kiir.

Tropas ugandesas controlan el aeropuerto de Juba y, según algunas informaciones, han arrojado bombas sobre las del vicepresidente rebelde.

Según el semanario británico The Economist, es muy probable que el presidente sudanés, Yoweri Musenevi, busque con su apoyo militar y diplomático a Kiir que el petróleo del Sudán del Sur se dirija al Sur a través de Uganda en vez de seguir el camino opuesto por Sudán del Norte, a cuyo presidente detesta.

Pero la economía de este último país depende en buena medida de los «royalties» que le proporciona el transporte del petróleo del desgajado Sur hasta el Mar Rojo, y su presidente, aunque hasta el momento se ha mantenido neutral, podría aliarse con el rebelde Machar para proteger sus propios intereses.

Otro conflicto se está larvando en la región kurda de Irak, rica también en petróleo, que ha comenzado a vender directamente a Turquía sin permiso del Gobierno central. Hay temores justificados en Bagdad de que Kurdistán trate un día de independizarse.

Parecido es también el caso de la región libia oriental de Cirenaica, que intenta aprovechar el caos en que ha caído Libia tras el derrocamiento del régimen del coronel Gadafi para establecer su propia compañía petrolera y comercializar independientemente su crudo.

El petróleo está en el origen de la destrucción ecológica de buena parte del delta del Níger y de la represión por el Gobierno de ese país de dos grupos étnicos, los Ogoni y los Ijaw, que se levantaron contra las compañías occidentales explotadoras. Explotación que, en lugar de enriquecer al pueblo, lo empobreció, destrozando sus cultivos agrícolas tradicionales como el cacao o el algodón.

El petróleo fue también el motivo por el que Estados Unidos y Gran Bretaña conspiraron para derrocar en 1953 al primer ministro nacionalista iraní democráticamente elegido, Mohammad Mosaddeq, que había nacionalizado el crudo, para poner en su lugar a un títere, el sha Mohammad Reza Pahlavi.

Sin el petróleo no se explican guerras como las llevadas a cabo por Estados Unidos y sus aliados para deshacerse de dictadores que habían salido respondones y enojado a las multinacionales del sector como el iraquí Sadam Husein o el libio Gadafi.

Ni se explica tampoco la ya antigua relación estratégica de EEUU con autocracias feudales como la de Arabia Saudí, un país que se dedica a exportar la variante más fanática del Islam, construyendo mezquitas por todas partes mientras niega la existencia de una sola iglesia en su territorio.

Sin el maldito petróleo y, por supuesto, el negocio multimillonario que supone la compra de armamento por esos regímenes aliados de Occidente y opresores de sus pueblos.