Atendiendo al apasionado consejo de un amigo veo La gran belleza, del italiano Paolo Sorrentino, y al encenderse las luces me declaro estupefacto. Demasiado talento, demasiada belleza, demasiado humor del bueno, como para salir indemne. Me aleja sólo, un poco, la apelación a la esperanza individual, y hasta al milagro, a los que los hijos del nihilismo y la quimera social nunca nos acomodaremos. ¿Cabría poner esta película al lado de El discreto encanto de la burguesía, de Buñuel, para contrastarlas, y medir la verdad de una y otra en su crítica inclemente de la mundaneidad?, ¿o es preferible tender un puente entre ambas, al menos para entender dos tiempos de la historia reciente (que a algunos nos ha tocado vivir 40 años por medio), el primero reinado por la confianza social en que todo se vendría abajo, y el segundo, a ratos, por la ilusión del vuelo del espíritu, a falta de otro?