Siempre me intrigó que la obediencia estuviese tan especialmente considerada en las instituciones más inamovibles que existen en la Humanidad, las que menos han modificado sus estructuras en los últimos milenios: las iglesias (sean de la confesión que sean) y el ejército. Prácticamente, ambas basan la mayor parte de su estructura en eso, en que la gente haga caso y no se pregunte nada y, si se lo pregunta, que se lo guarde para sí mismo. Obedecer a ciegas, a toda costa, hasta las últimas consecuencias, hasta derramar la sangre, hasta la muerte si hace falta€ Divinas palabras, sobre todo para quienes mandan, que generalmente suelen estar a salvo.

Sin embargo, yo siempre tuve una gran simpatía por los desobedientes, por quienes se cuestionan las órdenes, las sopesan, las discuten, porque de ahí suele generarse una nueva luz que tal vez nos haga ir hacia adelante. La imagen más elocuente que encuentro de un descerebrado es la de ese soldado que cuando le dicen «salta» se enorgullece al preguntar «hasta dónde», pero jamás «por qué». Chico Ocaña, en aquel mítico grupo que se llamó «Mártires del compás», cantaba por sevillanas billy «sí a Papá, sí a Mamá, sí a mi hermano mayor, sí al gobernador, sí€ ¿Con qué me quedo yo?».

Ahora Celia Villalobos se ha venido a preguntar lo mismo. Ha pedido libertad de voto para poder manifestar su oposición a la nueva ley del aborto que ha preparado su compañero Alberto Ruiz Gallardón. Nadie le ha respondido hasta el momento. Celia quiere hacer lo que quiere pero no quiere desobedecer, que está tan mal visto, y por eso pide permiso para ser libre.

No deja de ser muy triste que un diputado en España tenga que pedir autorización para votar en libertad. Para llegar hasta aquí tal vez nos pudiéramos haber ahorrado el camino. Por si alguien aún tenía la más mínima duda, queda meridianamente claro que la obediencia al partido está por encima de la conciencia, que el partido lo es todo, está más allá, incluso, de la libertad personal, de la libertad de pensamiento, de la libertad de acción, y esto es válido no sólo para el partido de Villalobos, es exactamente igual para el resto.

No he militado jamás en ningún partido precisamente por cosas como esta. Aprecio demasiado mi independencia como para entregarla a la decisión de los líderes de turno. Prefiero equivocarme por mi cuenta, manejarme a mi manera y, en la modestia de mis márgenes, correr cuando me parezca oportuno «el peligro de la libertad».