No me voy a creer que haya gente a la que le guste el fútbol y no le guste Messi. Eso es sencillamente una pose, una mentira como un camión, una afectación, un fingimiento. Es posible, sí, que haya gene que prefiera al portugués antes que al argentino, que vote para la «Bota de Oro» con más pasión que entendimiento. Es posible que el atleta blanco tenga mas partidarios, porque su club los tiene también. Son dos pasiones, en el fondo, las que enfrentan a cada uno de los dos rivales. Una de esas pasiones es la camiseta, aunque ahora anden jugando los culés con los estúpidos cambios de los estúpidos directivos, tras más de cien años de uniformidad y personalidad. (La mayoría de los seguidores, creo, detestan ese cambio que desprende un tufillo político, absolutamente ajeno al fútbol).

Pero hoy no quiero hablar de camisetas, de tendencias partidistas, de banderías. Hoy quiero resaltar la noticia del regreso del león a su morada natural, a la selva de sus éxitos. Cincuenta y nueve dias llevábamos esperándole sus incondicionales. Y, al fin, apareció entre los árboles dispuesto a recuperar el trono que se le había extraviado. Y ya está el rey del fútbol entronizado de nuevo.

Sé de gente que, aún perdiendo el equipo azulgrana, sólo le ha bastado admirar la inteligencia, la habilidad, la preciosidad de una jugada, de esas que hace Messi, por no hablar de sus goles, para salir satisfecho del Campo Nou, el altar de los milagros. No sabemos qué puede pasar, de ahora en adelante, una vez que el rey león vuelve con sus goles. Hay otros dos grande equipos con otros dos grandes delanteros luchando a muerte por ocupar el trono, Este lunes se disputa un balón de oro, pero esta vez Messi no está en su mejor momento. Dicen que con sus nuevas botas azules (sus colores del alma) no siente tanta necesidad de botas doradas de las que ya tiene cuatro en su estantería de grandes éxitos.

Pero estará allí, aún sabiendo que puede perder, algo que siempre se ha llamado dignidad y que otros, resistiéndose a reconocer el mérito ajeno, sustituyeron ausencia por presencia y soberbia por reconocimiento. Ver de nuevo, en los campos de la primera, al máximo artista del balón redondo, lo considero un premio a la paciencia. Claro que se puede vivir sin fútbol. El otro día, en mi columna, fui un exagerado al que han replicado muchos antifutboleros. Perdón, no volveré a hacerlo. Hoy tengo que puntualizar. Se podrá vivir sin fútbol, pero no estoy seguro de que se pueda vivir sin el fútbol de Messi.