¿La infanta Cristina en el banquillo?

Como era de esperar ha causado una hecatombe de reacciones en ámbitos políticos y sociales del país la posible imputación de la infanta Cristina formulada por el juez José Castro días atrás y que atañen a una posible participación en los asuntos ya declarados presuntamente delictivos de su esposo Iñaki Urdangarin, a saber, delito fiscal y blanqueo de capitales. Al margen de estas repercusiones que han escalado las primeras planas de periódicos tanto nacionales como allende fronteras, convendría tener presente que imputar no es necesariamente atribuirle o responsabilizar a alguien de un delito. Con este procedimiento judicial se atribuye a alguien una falta, pero no significa que el quebrantamiento de la ley se haya producido en efecto.

El imputado tiene todo el derecho del mundo a defenderse y explicar su postura ante los hechos objetos de investigación. Y en este caso la hija menor del Rey tampoco está obligada a declarar si al final tiene que comparecer ante el juez instructor que lleva las riendas del proceso. Aunque sería deseable que ofreciera su versión de los hechos a la opinión española que sigue con expectación los pormenores del trance y, se quiera que no, eso repercute en la Casa Real.

La cuestión de que la infanta Cristina deba al final hacer a pie el trayecto - los 100 metros del pasillo ominoso - que conduce a los juzgados sería el corolario del tempus horribilis sufrido por el monarca que empezó con el asunto de Botsuana y continuó con las intervenciones quirúrgicas, cuyas consecuencias más visibles son su desmejoramiento físico, por mucho que tratase de mejorar su aspecto la revista ¡Hola! y que se hicieron evidente en su discurso de la Pascua Militar.

En el caso de que al final la hija menor del Rey tenga que acudir a declarar, seguro que existen fórmulas para no obligarla a sufrir el paseo por el pasillo -presumiblemente no faltarán los exaltados-, sometida a la curiosidad muchas veces insana de quienes acuden a este tipo de actos. Para evitar en lo posible la pesadumbre al padre y Rey, a cuya egregia persona tanto debemos los españoles.

José Becerra Gómez. Málaga