Mi primera columna de este año. Mi primera intención era escribir algo leve pero sugerente, con un tema y tono amable que partiera de una visión constructiva de lo político. La idea era conseguir ese difícil ejercicio de persuasión durante su lectura y ese instante cómplice posterior, que no siempre surge, con los lectores de este domingo en La Opinión de Málaga. Sin embargo, no ha podido ser. Porque ni el calendario, ni las buenas intenciones son aliadas del columnista político.

Tras el paréntesis navideño nos damos cuenta que existe una visión de país y de Europa basada en una determinada política económica ante la crisis, las de la austeridad y los recortes sociales, que ahora parece mostrarnos los primeros resultados económicos positivos - la bajada del paro en 2013, la bajada de la prima de riesgo de los 200 puntos, la subida del IBEX, la subida de la matriculación de automóviles en 2013, etc-. Detrás de esta visión de las cosas y de estos resultados parece haber una profecía autocumplida que no oculta la satisfacción complaciente del «teníamos razón», a pesar de que sus portavoces realizan valoraciones, más o menos prudentes, sobre una salida de la crisis que no vislumbran pero empiezan a atreverse, tímidamente, a sugerir.

La crisis que nos afecta es tan grave política y socialmente que, sin duda, todos deseamos que nuestro gobierno y nuestra clase política acierte con las políticas adecuadas por dos razones: por un lado, porque es la razón de ser del político democrático, es decir, que satisfagan nuestras preferencias y respondan a nuestros problemas eficazmente y, por otro, porque una respuesta política eficaz ante la crisis paliaría, en parte, la creciente y actual desafección política y la crisis institucional que siente la ciudadanía de las sociedades democráticas. Una respuesta que, en cualquier caso, no satisfaría la necesidad de regeneración democrática de la sociedad española y en la que conviene recordar, por ejemplo, que el barómetro del CIS de diciembre, el paro constituía el problema principal del país para un 77% de los encuestados mientras que la corrupción subía seis puntos con respecto al sondeo del mes de noviembre, convirtiéndose en el gran problema nacional para el 37,6% de los encuestados-.

Frente a esta visión de la crisis y de gobernarla, que ahora vive momentos de respiro y de cierta autocomplacencia, nos encontramos con otro país y otra Europa en la que, precisamente, esta política de la crisis está desequilibrando tanto a nuestro modelo democrático como a nuestro modelo de sociedad. Frente al moderado optimismo del discurso político y económico oficial de unos datos económicos que alientan un futuro un poco mejor en el 2014, que está por ver, tenemos que ser pesimistas en términos de un modelo social que va hacia peor. Ahora ya no es ideología, ya sabemos que seis años después, la crisis y su gestión política han producido una tendencia de crecimiento muy intensa y amplia de la desigualdad entre ricos y pobres en Europa. Lo que está pasando es que la desigualdad en la distribución de la renta en los países europeos avanza imparablemente y las diferencias sociales entre ricos y pobres aumentan, hay una brecha social creciente y preocupante. Europa está dejando de ser ese lugar cuyo modelo social era símbolo de cohesión social. Los datos muestran un aumento de la pobreza en Italia, Reino Unido y España. Los expertos piensan que esta tendencia se agudizará en el futuro. La clave de todo está en los recortes sociales aplicados en estos años. El problema de las políticas actuales es que intensifican la desigualdad salarial, no combaten unos niveles de paro altos con éxito y además están desfigurando el Estado de Bienestar. Estamos, pues, perdiendo el equilibrio logrado de nuestro modelo de sociedad, estamos retrocediendo en términos de igualdad de oportunidades, de cohesión social, derechos sociales y protección social y ganando en desigualdad social, pobreza y exclusión social. Desgraciadamente, nuestro país ocupa un segundo puesto, tanto entre los países más desiguales como entre los que más han elevado su desigualdad desde 2007.

La crisis ha generado una dinámica política tecnocrática de gestión de la misma en la se ha impuesto una política económica determinada con la que puede que salgamos a largo plazo de la misma, pero con unas consecuencias negativas para nuestro modelo democrático y social que ya empezamos a ver. Si el horizonte es una sociedad menos democrática y más desigual habrá que empezar a pensar en un cambio de orientación hacia otro modelo de país, hacia otro modelo de Europa.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga