Las palabras cobran vida en cada uno de nosotros, una vida que va mucho más allá de su significado. Las palabras, en función de las manos en las que caen, se convierten en herramientas personalizadas que nos descubren o nos encubren, que nos desvelan o nos disfrazan. En manos de los filigranistas del idioma, las palabras cobran brillos inacogibles por ningún diccionario, por extenso que fuere, porque no hay diccionario capaz de expresar el ritmo, ni la cadencia, ni el color, ni la armonía, ni la belleza, ni la sensualidad que cada palabra tiene para cada uno de nosotros.

Me refiero a la parte noble del ser humano, que nada tiene que ver con la epidemia de anomia (trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre) que parece haber infectado a buena parte de nuestros gobernantes, que ellos, a su vez, se empeñan en inocularnos sin anestesia. Ninguna palabra usada como herramienta perversa puede mantener su belleza, ni su brillo, ni su bondad. Cuando manoseamos las palabras con intenciones abyectas, las palabras se enjugan, se vuelven raquíticas, se consumen y se hacen insustanciales. No porque algunos millones de individuos creamos en algunas tonterías, las tonterías dejan de serlo. Ni estadísticamente.

Inopia es una palabra realmente hermosa, al menos para mí. Es grácil y equilibrada, aunque no por ello de rima fácil. No cualquier palabrilla que se arrime a inopia con intención de aparearse logra sus intenciones. No señor, inopia es muy suya, muy señora para dejarse rimar con la primera palabrilla que se presente. Inopia es resultona, ágil, fresca en la dicción; suena culta, pero no arrogante; expresiva, pero no invasiva. Inopia es femenina, y quizá sea esa superior condición la que la hace manifestarse con esa elegante y sutil ambigüedad con la que solo saben manejarse las damas. Sutil ambigüedad que fluye de su esencia más profunda, de su definición y de sus acepciones.

La inopia hace individuos, grupos, naciones y universos inopes, es decir, pobres, en el sentido más literal de la palabra, porque inopia significa pobreza, escasez, ni más ni menos. Pero también hace individuos, grupos, naciones y universos ignorantes respecto a otros, porque inopia también significa ignorancia respecto a lo que otros conocen. Así, nuestro presente es un claro ejemplo de cómo por haber vivido en la inopia, nos encontramos en la inopia, o lo que es lo mismo, por no haber sabido -entonces- cómo iban funcionando las cosas, hoy nos encontramos en el actual estado de pobreza, de escasez.

En turismo, también, a lo largo de nuestra historia, demasiadas veces hemos sido inopes en prospectiva, es decir, cortos de vista respecto al largo plazo, y temporada a temporada, también en demasiadas ocasiones, nos hemos empeñado en demostrar que en turismo, como en política, la estupidez no es un impedimento. ¡Hemos estado tantas veces en la inopia...! Aún hoy, valga la metáfora, seguimos durmiendo con la luz de la mesilla encendida para no ver nuestras propias sombras e, insisto, empeñados en amoldar la solución a nuestra realidad y no al revés.

Me preocupa la inopia como mundo en el que vivir, porque ya hemos probado bastante ese mundo. El turismo no es posible sin las personas. La esencia del turismo se recrea cada día en el intercambio que se produce en la barra del bar de un hotel, en la de un chiringuito o a orillas de nuestra mar, entre el camarero o el hamaquero y el turista. La sacrosanta fidelización, que cada vez más es una entelequia, es cosa de personas; el servicio turístico, en su sentido extenso, también, pero la manera de entenderlo debe aspirar a instancias más altas que la de considerar la contribución al empleo -que es archinecesaria- como el foco de toda la política turística. Eso sería confundir los roles y actuar parcialmente con la responsabilidad de gobierno, que siempre es una responsabilidad histórica.

Seguro que he leído mal y que la sostenibilidad del producto, la innovación, el conocimiento, la especialización, la calidad diferenciada, la contribución a la imagen y a la marca, la trayectoria, la..., tendrán la misma obligación y preponderancia que la contribución al empleo y que, en conjunto y separadamente, también se erigirán en objetivos prioritarios de la política turística andaluza. Inopia, como palabra me encanta, pero, repito, como mundo para vivir, se me hace un pelín cuesta arriba...