De un tiempo a esta parte tengo cada vez más claro el ninguneo, merecido o no, al que se somete a la ciudad de Marbella. No me refiero al hecho de que condujeras desde Sebastopol y te encontraras a la ciudad por generación espontánea cuando sigues la señalización hacia Algeciras. Tampoco hago hincapié en que cada noticia relacionada con Marbella tenga que ver con la corrupción, aunque el hecho presuntamente delictivo se haya cometido en Estepona como es el caso del famoso ático. Más bien me centro en la realidad empírica anunciada por mi padre hace muchos años.

Para entender al profeta hay que conocer primero a la persona, y como muestra les pongo como botón un acontecimiento que se repite desde mi más tierna infancia. Son muchas, incontables, las veces que veníamos a Marbella desde Granada con mi padre al volante. Ya podía llover, tronar o nevar que el coche seguía su rutinario camino sin desviarse hasta el avistamiento de la enorme lata de Coca-Cola que anunciaba la llegada a la ciudad, puerta oficiosa de Marbella. A día de hoy sigue ocurriendo y créanme cuando les digo que, si por casualidad retiran de la carretera el inmenso refresco, mi padre seguirá conduciendo convencido hasta que alguien le hable en portugués. Un despiste lo tiene cualquiera.

Dicho profeta, mi padre, ya adelantó hace tiempo que la punta de lanza de la Costa del Sol se dormiría en su laureada leyenda al permitir la omisión viaria y que otras localidades menos afortunadas pero más beligerantes ganarían terreno publicitario a nivel nacional. Y así ha ocurrido. Desconozco por ejemplo qué ofrecen en la playa de la Malvarrosa, pero debe ser algo digno de verse cuando todos los canales nacionales envían una unidad móvil para retransmitir la noticia de lo a gustito que se está allí cada vez que sale el sol.

Que empieza el verano, playa de la Malvarrosa. Que ha subido el nivel de ocupación hotelera, pues playa de la Malvarrosa. Que conceden banderas azules, más playa de la Malvarrosa. No sé si en sus chiringuitos regalan leche de unicornio en vez de vender cerveza, tampoco he averiguado si sus olas te hacen un peeling corporal, y ni mucho menos he comprobado si su arena sabe a cup cake de caviar, pero lo que si tengo claro es que mi padre tenía razón y la Malvarrosa se promociona mejor que Marbella sin ningún género de duda.

Nuestros nietos se merecen que la historia se repita varias veces como clamaban Los Nikis en El imperio contraataca, y por eso no podemos contentarnos con afirmar que Marbella está siendo vilipendiada por su reciente pasado judicial, lo cual es importante pero no determinante. Hay más factores a tener en cuenta.

Entre el narcisismo umbilical, la falta de iniciativa de las autoridades competentes, la ausencia de imaginación que traiga resultados tangibles, la deslealtad de algunas instituciones, y la incipiente pujanza de otras ciudades costeras, lo cierto y verdad es que el adorado y envidiable referente costasoleño se está quedando atrás. No hay más que intentar llegar en agosto a Puerto Banús o al puerto de Benalmádena para darse cuenta de dónde va la gente, basta con pasear por el casco antiguo de Marbella y el de Nerja para descubrir cual recibe más visitantes, y si me apuran sólo es necesario que un extranjero encienda la tele para que le entren más ganas de ir a Mykonos o Dubrovnik que ilusión por venir aquí.

Marbella tiene una doble lucha. Una contra sí misma, en la que debe desterrar la mitificada idea de que en esta tierra se atan los perros con longaniza; y la otra contra los demás, en la que debe imponer sus muchos atractivos de una forma más inteligente para que acabe el ninguneo y vuelva a ser noticia, una buena noticia.

Por suerte mi padre también vaticinó que el vídeo Beta jamás desaparecería. Todavía hay esperanza.