Seis de las nueve mejores películas del año pasado todavía no han sido estrenadas en España, y después dirán que el franquismo ha muerto. Con esta carencia que Rajoy debió abordar en el encuentro con Obama que cambió la historia de la humanidad, el palmarés de los Oscars obliga a sugerir una moratoria en la producción de títulos sobre nazis y sobre esclavos, sin abonar las tesis de Dieudonné.

En concreto, la fustigadora 12 años de esclavitud merece el Oscar a la Película con Mayor Número de Latigazos después de Ben-Hur, pero su contenido es un sonrojante pastiche de Django y Lincoln. La nominación de la ingrávida Gravity demuestra que la generación del «baby boom» contempla la reunión con el Universo como una hipótesis que se aproxima a la velocidad de la luz. Capitán Philips es un reportaje que, en caso de victoria, repararía anteriores injusticias cometidas con Paul Greengrass, pero no es el mejor intento del documentalista del frenesí.

La escalofriante consideración de Leonardo DiCaprio para cualquier premio de interpretación descalifica a los Oscars para la eternidad. Entre las damas, cuesta averiguar si Cate Blanchett está más irritante en su imitación de Cristina de Borbón en Blue Cristine que Meryl Streep en su emulación de Bob Dylan en Agosto. Debería ganar Sandra Bullock, pero está nominada por la película equivocada, porque debió aspirar con Cuerpos especiales.

Las películas europeas a concurso entre las producciones extranjeras son mejores que cualquiera de las americanas ya estrenadas. En concreto, La caza y La gran belleza merecen una estatuilla per cápita. Puestos a elegir, que gane la segunda, mientras los cineastas americanos copian de nuevo a sus colegas europeas. Con el plus de unos latigazos.