Los poetas no son legisladores reconocidos, por suerte para nosotros y también para la poesía. Pero, en cambio, sí pueden ser intérpretes terrenales de cierta legislación poética. Mariano Rajoy ha vuelto de Estados Unidos con optimismo renovado parafraseando a Antonio Machado y también a Fernando Pessoa ante un paisano suyo, el presidente de la Comisión Europea. Quienes acusaban al presidente del Gobierno de leer preferentemente el Marca ya tienen algo de que arrepentirse.

El mañana de Rajoy esbozado en Yuste está colmado de días azules y soleados, los mismos al parecer que iluminaron la infancia de Machado. Observar ese contraste en medio de la atonía gris que nos invade puede ayudar, y Rajoy necesita ser optimista para ver en el incierto proyecto de integración europea un instrumento eficaz y disuasorio de la huida hacia adelante que ha emprendido Cataluña de la mano de Artur Mas.

No hay legislación poética, por ejemplo, que ayude a comprender el desvarío nacionalista. No es fácil entender cómo se puede llamar a la puerta de la integración desde el ideal de la exclusión. Sí, porque el nacionalismo consiste precisamente en excluir; mantiene como gran dogma de fe la incompatibilidad para convivir. Está sucediendo actualmente en Italia con la Lega Nord, que vuelve a exhibir el espantajo de la raza padana para atacar con los más feroces insultos a la ministra Cécile Kyenge, descendiente de africanos, mientras tiende la mano al ultraderechismo lepenista, empeñado en excluir de Francia a quienes no lleven tatuado en el cerebro a Juana de Arco. Ésa es la esencia, en definitiva, la intolerancia y la exclusión del otro.

Pero hay cosas con las que no conviene jugar. Comienzan como un delirio y acaban convirtiéndose en una auténtica pesadilla, e incubando, al mismo tiempo, el huevo de la serpiente. No está mal, por tanto, que a Rajoy de vez en cuando le ilumine la poesía meteorológica de Machado para referirse a este tipo de asuntos. El optimismo poético ayuda a digerir ciertos platos mal cocinados.