Se supone que reyes y monarquía forman parte de otro tiempo y otro calendario, regidos por leyes distintas de las que mandan en los demás humanos. Sólo así tendría sentido el fragmento de antigüedad que representan. A su vez en ellos el destino tendría un peso especial, pues su misma existencia sería un resto de fatalidad, de las cosas inevitables que llegan del pasado. Vista así, cabría enhebrar la actual secuencia de la monarquía en un hilo fatal que ate la sucesión de noticias en apariencia dispersas, distribuidas en la crónica de sucesos, la de tribunales y la prensa del corazón (accidentes, caídas, romances, imputaciones, etcétera). Siguiendo la secuencia, el destino iría sacando al Rey paso a paso del escenario, e imponiendo en este de forma pautada a la futura pareja regia, como penúltima jugada de los hados, que se reservan siempre la última, que puede ser la hora del joker.