En el centro de salud hay tres personas programando las citas urgentes y sólo una doctora para atenderlas ya que sus otros dos compañeros están de baja. La agenda de esa doctora, por tanto, ya saturada por lo general, tendrá que incorporar la de esos dos compañeros con gripe o lo que sea. Ella hace lo que puede (se la ve joven, con energía, disponible, concentrada), pero se nota que está desbordada y, a medida que van pasando las horas (uno lleva esperando dos y aún le quedará otra más), se le va cambiando el humor por culpa de las personas que están ahí sin necesidad (hipocondríacos aburridos, obsesivos de sí mismos), de las personas sin paciencia que además se creen con más derechos que el resto, de las personas insolidarias (varias han protestado, alguna con contundencia, porque se le ha dado prioridad a una joven con evidentes síntomas graves que exigían una atención inmediata), de las personas con malas pulgas crónicas que aprovechan para cabrearse ahí por otras cosas, de las personas que llaman a su puerta para preguntarle tonterías o para reñirle por ser, dios mío, tan lenta, de las personas maleducadas...

En la sala de espera un niño bien cebado mastica sonoramente cortezas de cerdo apoyado contra la pared. En la sala de espera una mujer mayor va enseñando, quieras o no quieras, un dedo del pie en carne viva, del que parece sentirse más orgullosa que dolorida. En la sala de espera un señor va dando golpecitos de bastón a todos los que pasan a su lado. En la sala de espera una anciana sonríe a la máquina de café (24 modalidades de cafés normales, de cafés de comercio justo, de descafeinados, de infusiones) porque su propio reflejo le hace pensar que hay otra persona junto a ella; cuando intenta entablar conversación con ella, uno le dice que no hay nadie, que la máquina está replicando su cara como si fuera un espejo, lo que hace que la pobre mujer se eche a reír y explique que lleva una década sin ver apenas. En la sala de espera un bebé se despierta dentro de su carrito y se pone a perseguir las sombras de sus manos. En la sala de espera una pareja italiana se da besos de amor y se prometen mutuamente una noche inolvidable entre susurros que se escuchan en varias de las filas de sillas atestadas de gente. En la sala de espera varios huelen rancio. En la sala de espera un rubio muy trajeado y con un bonito pañuelo al cuello no para de enviar y recibir mensajes con su móvil. En la sala de espera una mujer triste quiere aparentar que está alegre, pero se le nota demasiado que preferiría ser completamente otra. En la sala de espera varias chicas leen (es curioso, ningún chico lo hace) libros recientes. En la sala de espera el vigilante de seguridad tiene que llamar la atención a dos adolescentes que se ponen a jugar al fútbol con una pelota de papel de aluminio (el de los bocadillos que acaban de tragarse casi sin masticar).

Cuando a uno le toca su turno comprueba que la doctora está agotada y a punto de arrojar la toalla. Un abrazo solidario desde aquí para ella. Y una queja contundente a los políticos que permiten que cosas así ocurran cada vez más con la «sana» intención no declarada de desviar cuantos más pacientes mejor a las consultas y clínicas privadas.