El Partido Popular no puede construir un bulevar en Burgos. Conviene recordar que la formación conservadora cuenta con 186 diputados en el Congreso, tres de ellos procedentes de una circunscripción burgalesa en que los populares arrasaron en las generales de 2011 con un 55 por ciento de los sufragios. Se insiste en que la derecha ganó las últimas municipales en el barrio explosivo de Gamonal, pero este dato goza de reversibilidad. A saber, muy deficiente tiene que haber sido la gestión para perder apoyos tan consolidados. El separatismo burgalés no figuraba en la abigarrada agenda de amenazas que se abaten sobre la estabilidad del país, pero Ana Botella se apresuró a hablar de «los atentados de Burgos». El PP está a punto de etiquetar de terrorista a una tercera parte de la población, como en el Irak de Sadam.

Si Madrid tiene que reconquistar Burgos, la situación es incluso más grave que sus presagios. A miles de kilómetros de la plaza castellana se registraba simultáneamente otra injusticia flagrante. El ominoso silencio de la prensa norteamericana sobre la histórica visita de Mariano Rajoy a Washington confirma la envidia suscitada en Estados Unidos por la prodigiosa recuperación española. Suerte que Ana Blanco da por sentada la salida de la crisis en los telediarios, así se sobrevive en RTVE-Granma-Pravda. El apretón de manos de Barack Obama al presidente del Gobierno español fue de intensidad cero en la escala diplomática, otra prueba de los celos del americano ante un gobernante que le está eclipsando en el panorama planetario.

Mientras el primer presidente estadounidense negro después de Morgan Freeman felicitaba a regañadientes a Rajoy por gobernar a la entera satisfacción de Wall Street, estallaba una revuelta en la burguesía burgalesa. Desde una perspectiva etimológica, es muy apropiado que la protesta surja en una ciudad que define a la exhausta clase media. Y aunque Burgos aporta una geografía extraña para la ignición de una revolución, no es menos sorprendente que Birmingham (Alabama) o que la Rusia campesina para el levantamiento industrial profetizado por Carlos Marx.

Burgos pesa más que Washington, incluso en los informativos laudatorios de los medios del Gobierno. Inspirados secretamente por ese realista disfrazado de romántico que responde por Obama, los burgaleses de clase media se sintieron como si su país hubiera retrocedido a la segregación de los años sesenta, una vez que el PP abona la filosofía de la plantación, así en condiciones laborales como en salarios. Al igual que ha ocurrido en otras movilizaciones, los ciudadanos protestan por tantos motivos a la vez que cuesta discernir la raíz exacta de un malestar creciente que empieza a sobrecoger al Gobierno de Rajoy. La otra orilla sigue sin dar señales de vida, gracias al tránsito ideológico del socialismo al reumatismo salvo en el agitado PSC. El PP tampoco puede imponer su ley del aborto en Extremadura. No sólo se desmarcan los votantes burgaleses, sino incluso los altos cargos. Obama debió introducir alguna de sus reflexiones sobre la gobernación como seducción en su charla con el intérprete de Rajoy. Aunque Antena 3 asigne sin matices la paralización del bulevar a la violencia, los jubilados que se han levantado a las seis de la mañana para obstaculizar las obras no parecen especialmente terroristas, salvo en la definición casi omnicomprensiva de la alcaldesa de Madrid. A cambio, la mayoría de los vecinos del Gamonal entrevistados se muestran más articulados que el presidente del Gobierno, aparte de duchos en las tácticas de exposición mediática. Media savvy, que diría Obama.

En Burgos se ha agudizado la convicción de que la fragilidad del poder sólo se ve superada por su incompetencia. Occidente se hizo ingobernable cuando los gobernados se hicieron más inteligentes que sus gobernantes, pero el PP se sigue pronunciando como si la citada inversión no se hubiera producido. La respuesta a la protesta burgalesa consistirá en aherrojar la Ley de Seguridad Ciudadana. Con todo, sería injusto no reconocer que los populares han experimentado por primera vez el miedo, hasta el punto de que Ana Mato retiraba apresuradamente una lista de pagos hospitalarios adicionales que iba a cursar con una rebelión en las regiones populares. Burgos ha obligado a rehacer el discurso de plantilla, con su melodía de los sospechosos habituales catalanes, vascos y antisistema. Napoleón III concibió los grandes bulevares parisinos para facilitar las descargas de artillería que aplastarían a la plebe revoltosa. Sus imitadores tienen más dificultades para explorar la misma estrategia.