Ha querido el azar, o la bendita casualidad, que se pongan simultáneamente a disposición de la sociedad española el último ensayo de Zygmunt Bauman -¿Nos beneficia a todos la riqueza de unos pocos?- y el más reciente frenesí audiovisual de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street. Un ideólogo aficionado podría programar una doble sesión de lectura y cine con incalculables consecuencias sociales. Pero para eso hay que trabajar más y protestar menos.

El librito de Bauman -102 páginas en su versión original inglesa- trata de desmontar uno de los mitos urbanos más destacados de la ideología conservadora: el supuesto hecho de que la concentración de la riqueza, la facilidad para emprender negocios de cualquier calaña, es buena para la sociedad en su conjunto, porque los que se forran destinan luego sus ganancias o sus excedentes no sólo a seguir invirtiendo y a crear empleo, sino que además esa riqueza -según presupuestos jamás demostrados- correría en cascada desde la cúspide de la pirámide social hasta la base de la misma, con benéficos efectos sobre los trabajadores y los parias de la tierra.

Pero eso, si es que ha ocurrido alguna vez a lo largo de la Historia, es ahora brutalmente falso. La economía de casino, la especulación y la ausencia de escrúpulos mandan entre la élite financiera dominante, y como ha puesto de manifiesto Scorsese con su habitual magisterio para retratar la banalidad del mal -en este caso el mal financiero-, el enriquecimiento de las codiciosas élites que dirigen el mundo en lo que se transforma es en una cascada de vicios, de corrupción individual y de cocaína, sexo y depravación ilimitada, en un carrusel de buena vida que haría palidecer de vergüenza al mismísimo Horacio, ya saben, el de Carpe Diem.

La camada de dirigentes financieros locales e internacionales que denuncia Bauman, que retrata sin piedad Scorsese y a la que pertenecen Madoff, los chorizos de Enron, los sinvergüenzas de Goldman Sachs, los manipuladores del Libor y toda esa caterva de ladrones de cuello blanco que han originado la crisis y el sufrimiento masivo actual, no debe poseer una genética muy diferente que la que circulaba y circula por las venas de Gadafi, el olvidado presidente tunecino, Obiang y toda esa ralea de sátrapas y dictadores que se limitan a aprovechar su poder político para hacerse multimillonarios. Es la misma lógica, la misma aplastante lógica: voy a forrarme mientras pueda. Dos autores citados por Bauman, Robert y Edward Skidelski, se hicieron la siguiente pregunta en un libro editado en 2012: «¿Cuánto es suficiente? El dinero y la buena vida». Pues bien, la respuesta se la dio James Bond, en persona. Ni siquiera el mundo es suficiente. A ver si nos vamos enterando.