Hasta no hace mucho se decía que los secretos de los equipos de fútbol, radicaban en los vestuarios, esa parte reservada exclusivamente a los jugadores donde se alinean las taquillas y los armarios de la ropa. Contaban que allí se desvelaban las intrigas de los fichajes, las tácticas y las estrategias de los entrenadores, los boicots personales, las admiraciones, los odios, las envidias y hasta los excedentes de moral€ cuando los hay.

Pero estas costumbres, estos hábitos, han ido cambiando. Las negociaciones para los fichajes y las cesiones se llevan a cabo en la sobremesa de buenas comidas en buenos restaurantes. Las reuniones para subir la auto estima colectiva también se hacen alrededor de un buen menú, por supuesto fuera de los vestuarios. Apenas sirven estas estancias tan clásicas para efectuar las primeras curas de las lesiones que se consideran preocupantes, y para almacén y reposición de las medias, las espinilleras, las rodilleras, y, sobre todo, los uniformes y equipaciones que nunca se ensuciaron tanto ni se regalaron tanto entre el público como ahora.

La camiseta de un equipo es, por excelencia, su más cualificada seña de identidad. Cambiarse de camiseta significó siempre, desde que éramos niños, traicionar tu propia historia, herir tu personalidad. Y no sólo en el terreno futbolístico. En cambio, hoy día algunos directivos de clubs de gran historia se han lanzado, sin ningún pudor, a un cambio externo y súbito de los colores tradicionales que marcaron una trayectoria. Ese cambio de camiseta, tan aberrante, se negocia en las secretarías generales de los partidos políticos, no en las sedes de los clubs. La política había quedado, en general, fuera del fútbol, pero ya ha logrado inmiscuirse hasta dentro. El ejemplo más tormentoso e hiriente para millones de seguidores de un campeón entre campeones es el del Barcelona, club fundado el día 20 noviembre1899. Desde entonces, el Barça ha vestido sus conocidísimos colores azulgrana con los que ha escrito las páginas más gloriosas del fútbol mundial. Pero ahora llegan unos partidos políticos y cambian la maravillosa historia de unos colores ganadores por los de una bandera partidista y excluyente.

El vestuario tradicional de los campos de fútbol ha dejado de ser el sancta sanctorun de los equipos para convertirse en taller de corte y confección en el que bordarán extraños símbolos que no se corresponden con la identidad centenaria de equipos de toda la vida.

A mi equipo de siempre le están cambiando la piel. No me parece el mismo. Creo que incluso juega peor. Ya no lo miran como lo han mirado siempre. Es como si hubiera perdido un poco de respeto ante los demás. Me parece que no le quedan ni siquiera los pequeños secretos del vestuario. Los políticos deberían preocuparse de que las cosas fueron más favorables para los ciudadanos, y no destrozar la historia de un campeón entre campeones.

Aficionados de todo el mundo creen, como creo yo, que el Barça debe mantener su imagen tradicional y no pringarse en la política.