Me ofende todo lo que se hace con los pobres perros, pero el último invento, denominado «No más guau», parece el colmo. Una cosa es vestirlos de humanos, privarles de la caza de la pulga, torturarles el olfato con perfumes, suprimirles el sexo, peinarlos a la moda y demás perrerías, y otra quitarles su idioma, traduciendo a palabras las señales eléctricas de su mente. Es posible que el perro pague su pecado original, hace millones de años, de pasarse al enemigo y ponerse al servicio del hombre, pero ya vale. Lo que el perro le da al humano es compañía, comprensión, lealtad y, sobre todo, amor («amor verdadero, el del perro»), y nunca ha tenido problemas para transmitirlo, ni el humano para percibirlo. Traducido a palabras lo que hoy expresa en saltos, meneo del rabo, lametazos, arrebujos o simplemente miradas, el lenguaje del amor se empobrecería tanto que no nos diría ya nada.