Porque eso es lo que voy a hacer mañana. Nada más, y nada menos. Madrugaré un domingo, con lo que eso duele, y no para ir a misa precisamente. El enésimo recital del portento físico que es Rafa Nadal en el Abierto de Australia me ha llegado a lo más profundo de mi ser. Después de un año en blanco, el tenista manacorí resurgía en 2013 de su lesión de rodilla marcándose, como el mismo ha reconocido, la mejor temporada de su carrera deportiva. Diez títulos, dos nuevos grand slams, cinco Masters 1000, sólo siete derrotas en 83 partidos a lo largo de todo el año... todo ello me parece una auténtica minucia comparado con la proeza que el bueno de Rafa lleva protagonizando desde el pasado lunes, cuando derrotaba al japonés Kei Nishikori en los octavos de final con, bien lo sabrán ustedes, una llaga abierta en la mano con la que agarra la raqueta.

«The problem is not the blister, the problem is the place». «El problema no es la llaga, el problema es el sitio», decía Rafa a los medios en la rueda de prensa posterior al encuentro, mostrando su manaza sanguinolenta y generando en el personal una tremenda empatía, tanto por sus palabras como por la herida misma. Porque eso, amigos, duele tela. Y que levante la mano el que no ha estrenado zapatos con idéntico resultado, una marca roja, a flor de piel en el talón, quizá no tan aparatosa como la del bravo tenista mallorquín, pero igual de molesta. Pero a Rafa, como que le ha dado exactamente igual. Con la palma de la mano en carne viva, se deshizo de Dimitrov primero y de Roger Federer después. No lloró el suizo esta vez, como hizo hace cinco años también en Australia ante su bestia negra, pero poco le faltó, ante un deportista cuyas exhibiciones dan ganas de derramar alguna que otra lágrima de emoción en muchas ocasiones.

Y mañana por la mañana, Rafa y su llaga, jugarán una nueva final de un grande ante Wawrinka, para culminar la enésima gesta de su carrera, y se merece que estemos ahí, con el Cola Cao (sí, Cola Cao) y la tostada, apoyándole, animándole, y acompañando cada drive del manacorí con un «ufff» o un «aaaah», porque eso duele, y mucho.