Un paradigma, ya se sabe, es un patrón del conocer, y por extensión del actuar, con sus leyes precisas. Pueden estirarse, pero sólo hasta un punto, a partir del cual hay una revolución en sentido técnico, llamada cambio de paradigma. Es posible que el paradigma de los derechos humanos, que preside el modo de vida europeo, e incluso de Occidente, no resista ya mucho más. La idea-patrón de una Europa regida por esos derechos, que se relaciona con el mundo expandiéndolos desde una superioridad (de la que forma parte la idea de «justicia universal», se desfleca por su fondo, que es siempre el poder económico. Europa va camino de convertirse en irrelevante en la economía mundial, y la relevancia se desplaza a países construidos sobre la falta de respeto a aquellos derechos. En ese escenario el paradigma «apostólico» sería sustituido, con suerte, por uno defensivo, de baluarte cercado.