A los franceses les han encasquetado un président. Los devaneos amorosos de François Hollande apasionan en España porque aquí serían impensables en la jefatura del Estado. La peor infracción del heredero sexual de Sarkozy no consiste en la incertidumbre sobre el maletín nuclear, que podría activarse en medio del ajetreo carnal. Tampoco radica en la facilidad con la que un aventajado paparazzo ha localizado el nido de amor presidencial, suerte que los terroristas son más torpes que los periodistas galos. El verdadero escándalo radica en que monsieur le président se pasee por París con la cabeza cubierta por un casco con la visera calada, como si fuera un repartidor de pizzas con prisa o un Quijote desmadejado. Calzado con el burka masculino quiere ser Nadie o Nemo, al igual que Odiseo frente al cíclope de la opinión pública. Investido de su caricatura, se mofa de la dignidad de su cargo en la última monarquía absolutista del planeta.

El casco es la metáfora del preservativo que refugia el anonimato presidencial a contrapelo. Aunque el artefacto oculta los rasgos faciales del mofletudo jefe de Estado, Hollande pugna por mantener la vanidad bajo el embozo. En las fotos de Closer se distingue la silueta estirada del hombre que desea ser alto, y a quien ni la amenaza de ser descubierto por Valérie Trierweiler puede privarle de un minuto de ejercicio de la gloria elísea.

El sexo palidece frente al casco, que nos muestra a un Hollande «entrañable», por recurrir al adjetivo de la experta Corinna. El presidente de Francia abandonó el piso compartido con su presunta amante a la mañana siguiente. Los cronistas se han centrado en que no se había cambiado de traje, más llamativo resulta que portara el mismo revestimiento capital, un casco estándar y sin los adornos que jerarquizaban a los yelmos de las legiones romanas, según aprendemos en los tebeos de Astérix.

El presidente de Francia necesita toda la noche para hacer el amor, con o sin casco. Esta dilación contraviene el famoso horario «cinco a siete» que franceses y francesas reservan para sus menesteres adulterinos. Además, Hollande se sitúa en franca desventaja frente a Jacques Chirac, que se ganó el sobrenombre de «cinco minutos» por el tiempo que invertía en el arte de amar, ducha incluida. Un ejercicio de responsabilidad hacia su cargo.

Trierweiler ha quedado como primera dama en desuso, y Sarkozy repetirá la frase que ya formuló atónito al contemplar las conquistas de Hollande, «¿cómo consigue un tío así a mujeres tan bellas?» El casco será incorporado al retrato oficial del actual presidente, de cintura hacia arriba para respetar su privacidad.