Que el Partido Socialista haya decidido seleccionar a sus líderes de modo democrático es noticia que debe alegrarnos, siempre y cuando se aplique en todos los estamentos del partido, claro. Pero se aprecian pequeñas maniobras del liderato orientadas a limitar la eficacia democrática de las primarias. Y es que en una democracia no hay nada menos democrático que dejarlo todo en manos del aparato del partido.

El aparato desconfía de los procedimientos democráticos en el manejo de sus asuntos. No solo porque le parece que los afiliados son menores de edad políticos, sino también porque los líderes no quieren permitir el asalto a sus privilegios si no son forzados a ello.

En la historia reciente de España dos elementos han contribuido a enredar los problemas del funcionamiento democrático: por una parte, la larga dictadura anterior favoreció la aparición o consolidación de grandes partidos que pudieran reforzar con su rigidez el edificio consagrado en la Constitución de 1978. Para que funcionaran con eficacia, era necesario que los aparatos guiaran el proceso de la libertad sin disensiones ni luchas internas. «El que se mueva, no sale en la foto». En esa misma fortaleza estaba su quiebra.

En segundo lugar, para asegurarse de que eso era así, la legislación electoral recogida en la Constitución y en la Ley de 1985, estableció un sistema que limitaba en la práctica el número de partidos en la Cámara e impedía cualquier veleidad en electores y elegidos. De ahí las famosas listas cerradas, germen de todo mal. El elegido obtenía una sinecura y ay de él si se movía y no respetaba la disciplina.

¿Resultado? La corrupción presente en toda la vida política española (hecha indispensable en origen por la necesidad de fondos con los que alimentar a los partidos y a su maquinaria electoral) y el progresivo desencanto de la población con quienes se supone que nos representan y que en realidad solo representan al aparato.

El desencanto se va convirtiendo en indiferencia y la percepción popular de los líderes cae bajo mínimos: es probablemente normal que todos los ministros del gobierno suspendan en las encuestas a media legislatura. La parroquia se indigna porque el gobierno ha prometido una cosa y hace la contraria y porque la situación no mejora y la conducción de la cosa pública no satisface, por mucho aplauso que reciba del exterior.

Pero a efectos de la vida política española no es esto lo que importa. Lo que importa es que el desencanto con el gobierno no produce un correspondiente encanto con la alternativa: la intención de voto del PP baja pero la del PSOE no sube. ¿Se debe a que los líderes no son aprobados por sus votantes, a que no son capaces de encandilarlos con un proyecto entusiasmante, a que están gastados y a que no hay nuevos nombres que sustituyan a estos tan cansados? La respuesta es sí a todos estos interrogantes. De ahí que el clamor popular haya sido capaz de forzar un cambio de rumbo, la búsqueda de nuevos líderes, la consagración de un nuevo proyecto, merced a unas primarias que alumbren a nuevas figuras de la política, ojalá que más jóvenes, dentro del partido a todos los niveles.

No es un fenómeno español todo este deambular a la busca de quienes nos entusiasmen. Se nos adelantaron los italianos y los franceses a quienes se abrieron las primarias en busca de un nuevo candidato; 3 millones y 2,5 millones de ciudadanos respectivamente acudieron en un ejercicio colectivo de ilusión, más arrolladora que las magras cifras de los afiliados. No se trata siquiera de preguntar a la ciudadanía si quiere un cambio de orientación política. Se trata de pedirle simplemente qué líder le gustaría ver al frente de la opción política, en este caso el PSOE, incluso si se está en desacuerdo con ella.

Primarias abiertas para todos, oiga, única manera de derrotar a los aparatos y de ilusionar al respetable. La discusión está en si haciendo unas primarias cerradas (es decir, limitadas a los afiliados) se evita el ridículo de que no acuda nadie más si se abre la mano. Pues es hora de tomar riesgos y de buscar a las nuevas figuras del mañana. Que se presente la mayor cantidad de candidatos posible y que, de acuerdo con la decisión del Comité Federal del fin de semana pasado, puedan hacerlo solo con un 5% de avales a nivel nacional pero ojo, añadimos los demás, también en la federación autonómica de que se trate. Y que vote todo el mundo.

La idea aprobada por el comité federal del PSOE es que se cree un censo de todos los que se apunten a votar, afiliados o no (estos últimos mediante el pago de 2 euros). La idea también es cerrar el censo seis días antes de la primaria. ¿Por qué? Para permitir la mayor participación y la mayor limpieza, el censo debe estar abierto a nuevas suscripciones hasta la víspera misma de la primaria. ¿A que tienen miedo los popes del partido? ¿Quieren controlar el censo y así intentar controlar la primaria? Bobadas.

Finalmente, ¿qué justificación tiene que las primarias, sobre todo a nivel nacional, se celebren el próximo mes de noviembre (menos en Valencia, que serán en marzo)? Deberían celebrarse ahora para dar tiempo a los nuevos líderes a darse a conocer y a lanzarse a la nueva campaña electoral con asentamiento entre sus nuevos fieles. ¿No?