Hola, dedico estas líneas de hoy para hablar de tres síndromes que están atenazando al personal, a ese ser humano contemporáneo entre la zozobra y el aburrimiento. Si se reconoce en alguno de los comportamientos descritos, no lo pague con éste quien se lo ha hecho descubrir y que sólo cumple con su obligación de sociólogo de pacotilla.

El síndrome del masoquista de las noticias: conozco a varios que son followers de personas con opiniones diametralmente opuestas a las suyas; una vez le pregunté a uno de ellos si buscaba contraponer visiones o algo así y, oiga, qué va: seguía a aquél para enfadarse, para mosquearse.

En realidad, he llegado a la conclusión de que en esta sociedad sólo nos sentimos vivos cuando nos enfadamos. Y por eso buscamos esa sensación. El juego es el siguiente: uno se levanta, desayuna mientras lee las noticias, buscando alguna que le disguste notablemente y con la que hacer la campaña airada del día. No hay problema.

Lo que pasa es que a veces los que padecen este síndrome caen en ridículos tales como soliviantarse por lo que opina un cura de 80 años sobre los homosexuales.

El síndrome del salvapatrias: internet y sus cosas nos han convencido de que podemos cambiar las cosas con nuestra opinión y una acción bien encaminada -como si fuera algo nuevo, como si no hubiera habido revoluciones a lo largo de la historia sin necesidad de Twitter-. De ahí que cada día surja un salvapatria, alguien que se arroga la bandera de la sociedad y el bien común, que se cree que con darle al «me gusta» a un «meme» contra los políticos o retuitear una campaña contra la reforma de la ley del aborto ya ha cumplido su parte -es como lo de la iglesia: confiesas tus pecados y te recetan dos padrenuestros y avemarías y cosas así; y, voilà, absuelto-.

Pero luego pasa lo que pasa con tanto sentirse empoderado: ¿sabían que Change.org, la empresa en la que todo el mundo levanta campañas para cambiar el mundo, tiene su domicilio fiscal en Delaware, sí, el paraíso fiscal de Urdangarin y otros tantos?

El síndrome de ser moderno: todo el mundo quiere serlo. Está bien, es una aspiración legítima, pero si no cuentas con un background de cierto peso acabas haciendo el tonto... Y te llaman «paleto» -todo un estigma social en la actualidad- y sales de los círculos. Aunque luego puedes terminar yendo al concierto de La Térmica en que viejas glorias del noise y el rock experimental de hace más de treinta años terminan haciendo ruido inofensivo para gente que podría ser sus hijos y participando en ruedas de prensa junto a políticos enchaquetados -los que les pagaron-. Pero no peroremos tanto, no le demos tantas vueltas: como sentenció el director de la revista Vice, Gavin McInnes, «estos chavales, los hipsters, por ejemplo, no quieren nada diferente de lo que han querido todos los jóvenes desde siempre: follar». Y todos sabemos que, históricamente, las vanguardias han sido el lugar en que estar si se quería tener una vida sexual ajetreada.