El presidente del Gobierno suele decir más de lo que literalmente dice y de ahí la abundancia de las glosas que inspira. Sus declaraciones en Barcelona tuvieron en Artur Mas un primer glosador, bastante inefable en el intento de arrimar el ascua a su sardina. Es evidente que Rajoy hace del problema catalán un banderín electoralista, pero nunca fue dudoso que aprovecharía las bazas que Mas le ha puesto en bandeja para ganar puntos en el resto del país. Ya puestos a glosarlo, cuando rechaza categóricamente un «referéndum ilegal», deja abierta la puerta al referéndum legal que, si llega el caso, convocaría él mismo en uso de las atribuciones constitucionales. Y al reconocer el derecho a decidir, no solo de los catalanes sino de todos los españoles, anuncia que la consulta, si conviene, convocará a la totalidad de los ciudadanos.

El líder catalán reitera que la consulta restringida tendrá lugar, puesto que Rajoy se adelanta a hacer la campaña del «no» a la independencia. Puede ser, pero no solo tiene derecho a ello sino que es el derecho que la gran mayoría del país desea que ejerza. El efecto destructivo de las reformas del Gobierno y de la presunta corrupción en la cúpula del PP no se disuelve convirtiendo en categoría la anécdota positiva de la economía «mega» mientras empeoran las condiciones de vida españolas, ni mintiendo con una creación de empleo multiplicada por la destrucción de puestos de trabajo. Las glosas gubernamentales de la útima EPA son patéticas, por no decir ridículas, al subrayar su impotencia ante el problema nuclear, los seis millones de parados que Obama, Barroso, Draghi, Lagarde, Rehn y hasta el lucero del alba, anteponen a las palmaditas de ánimo. Pero Rajoy ha visto desde el minuto cero su redención electoral, y la de su partido, en cegar todas las vías desmembratorias de la unidad del Estado. Y aunque falta la prueba de fuego de la convocatoria de la consulta y lo que ocurra cuando se frustre, la renta de prometer su imposibilidad ya empieza a verse. A mayor abundamiento, sería menos costosa en imagen exterior que disolver la autonomía catalana.

El PSOE en primer lugar, pero también UPyD y cuantas siglas impugnan la consulta, no pueden cerrar los ojos al resultado que el PP deduce de su reciente concentración en Barcelona, los rotundos compromisos de Rajoy y el plan de mantener en la comunidad una actividad masiva que desinfle, al menos en parte, la crecida soberanista. Trabajar «in situ» a lo grande puede ser ahora más eficaz que las proclamas en sede parlamentaria. No solo por aplastar la secesión sino, sobre todo, para reconducir en el diálogo todo lo que sea negociable, más allá de la ambigüedad y de los reparos ideológicos.