El baloncesto se acerca hoy al fútbol como deporte espectáculo, con la ventaja a su favor de que aún no ha sido contaminado del todo por los vicios que anidan en los grandes estadios. En alguna medida, la eclosión del deporte de la canasta se debe, como en su momento ocurrió con el de las porterías, a la aparición de nuevas generaciones de estrellas que dieron a España triunfos de alcance mundial. También al desarrollo de los grandes clubs. Durante una etapa muy dilatada en el tiempo, el baloncesto era sólo para aficionados y seguidores de los equipos de las capitales. Recuerdo nombres míticos de mi infancia y de etapas posteriores. En Ceuta no veíamos baloncesto en directo. Nos conformábamos, en los tiempos del No-Do con algunas exhibiciones del Real Madrid y de sus estrellas de entonces: Nino Buscató, Emiliano Rodríguez y, más tarde, en los setenta Corbalán, Brabender, Luyk. Y en los ochenta, los legendarios Epi, Fernando Martín, Solozábal. Y así, una lista de grandísimos jugadores dieron brillo a un deporte minoritario que tardaría en alcanzar el reconocimiento masivo del público.

Hasta que, al fin, se produjo el estallido y el gran encuentro entre los aficionados a los deportes, y el baloncesto. Los grandes clubs de fútbol crearon secciones para este deporte y arrastraron a sus seguidores usando las camisetas y los símbolos del titular futbolístico.

Hoy tenemos una gran liga, la ACB, que pasea el nombre de España y de sus ciudades por todo el mundo. La pasión ha saltado a las gradas. La cercanía del rectángulo a los graderíos hace que aumente la intensidad de las jugadas cercanas a las canastas. Un partido de baloncesto, sobre todo si existe alguna rivalidad o está en juego un título, es un espectáculo muchísimo más emocionante que un partido de fútbol. Se desbordan los sentimientos, se grita hasta la exasperación, se vive de corazón cada punto, se siente el frenesí de la victoria o la rabia de la derrota. Ese deporte que hasta hace bien poco no era nada, es hoy uno de los grandes atractivos del calendario semanal.

Quizá nos sigan faltando otros grandes deportes, como el rugby, para igualarnos a países vecinos que no se circunscriben solo a dos disciplinas y llenan los fines de semana de ligas competitivas para los aficionados de los diferentes deportes. No es que me guste el rugby, tampoco me gusta el béisbol, pero supongo que con más ligas y trofeos, el país sería más competitivo y más internacional.

En cuanto al status del baloncesto, es realmente digno de encomio que haya alcanzado un posicionamiento tan alto a nivel nacional. Y creo que debemos reconocer el mérito de quienes han hecho posible ese nivel. No sólo los grandes clubs con sus secciones especiales. Hay otras personas e instituciones a las que se debe el éxito extraordinario de este deporte. Los medios de comunicación han resultado clave. Pero también una serie de periodistas a nivel individual han puesto alma y corazón para elevar la categoría del baloncesto. Quisiera poner un ejemplo cercano de profesionalidad volcada en el baloncesto. Me refiero a mi compañero Emilio Fernández, un magnífico periodista del que creo que está bastante orgulloso el periódico éste en el que me dejan escribir.