Hace años os conté que soy muy aficionada a escuchar o ver cómo se siguen cantando coplas en Andalucía. Cierto es que, si los compositores dedicaran unas horas a escribir letras más adecuadas a los tiempos que corren, este género tendría más seguidores. Porque -no me tomen por redicha- no veo a una de nuestras niñas cantando con convicción: «Yo cada noche sentía, cercano ya el día, tus pasos por la calle. Gracias a Dios que has llegao y que no te ha pasao ninguna cosa mala». ¿De verdad podemos creer que una joven esposa actual sería tan comprensiva? Un poco más de talento, señores.

En nuestra tierra, desde hace muchos años, se emite los sábados en Canal Sur el programa Se llama copla, que está volviendo a hacer aficionados a este género. Yo no me lo pierdo cada sábado por la noche. Sin embargo, sus triunfadores trabajan mucho más en América hispana que en nuestro suelo patrio. Yo -pena penita pena- no canto ni las letanías, pero miren ustedes, tampoco soy capaz de fabricar un barco de vela y me encanta viajar en ellos. Como diría mi tía María: «Lo cabal no quita lo valiente».

Me contaba mi amiga Loli que su madre tenía una voz preciosa, que muchas veces pidieron a sus padres que la dejaran cantar profesionalmente, pero éstos siempre le negaron el permiso porque no les parecía una profesión adecuada en su estatus social. Muy jovencita se casó con el novio que eligieron sus familiares, lo que propició que de nuevo perdiera el tren de ser profesional. Al enviudar, quince años más tarde, lo volvió a intentar pero «ya no tenía edad para empezar una carrera». Después, al cabo de muchísimos años, fue famosa entre los ancianos de las residencias de ancianos. Cosas y casos de nuestro pasado, afortunadamente superado.