He leído una entrevista con la actual ministra de Justicia israelí, Tzipi Livni, de quien se asegura que ha virado hacia el centro y el pragmatismo.

Para Livni, «es imposible hablar de paz con Hamás» porque no «acepta el derecho de Israel a existir» y no está dispuesto a «renunciar a una parte de su ideología, que incluye la violencia».

La ministra israelí no ve por otro lado contradicción alguna entre Estado judío y Estado democrático porque «un Estado judío no refleja quién vive aquí, sino los valores del pueblo judío» y afirma que «un Estado judío es un concepto nacional, no religioso: representa unos valores, la tradición, la historia del pueblo judío».

Contrasta lo afirmado por Livni con las críticas contenidas en el libro de la también judía Ella Shohat titulado «El sionismo desde el punto de vista de sus víctimas judías: los judíos orientales en Israel».

Como explica la propia Shohat en el preámbulo escrito para la edición francesa de ese libro (La Fabrique Éditions), ella nació en Israel de padres judíos que tuvieron que abandonar Irak tras años de formación en Bagdad.

Cuenta que hablaban árabe en casa, aunque ella y sus hermanos fueron escolarizados en hebreo. Y la autora decidió establecerse en Estados Unidos para poder llevar a cabo una investigación que difícilmente habrían tolerado por su carácter crítico los medios universitarios israelíes.

La tesis de Shohat es que «si es verdad que todas las naciones constituyen en el fondo una invención, también lo es que algunas lo son en mayor medida que otras, lo cual es particularmente cierto en el caso de Israel».

El movimiento sionista, argumenta, se dedicó a «trasplantar poblaciones judías de distintas áreas geográficas/culturales» y logró así «fundar un Estado-nación, pero esa fundación se llevó a cabo sobre las ruinas de otro Estado potencial: el palestino, con graves consecuencias para la vida de las gentes de la región, incluidos los propios judíos».

La autora aborda la historia del nuevo Israel desde una óptica crítica distinta de la tradicional que se ha centrado básicamente en el conflicto israelo-palestino, y se ocupa de la suerte de los «misrahim», los judíos árabes y orientales, originarios mayoritariamente de los países árabes y musulmanes y que habían convivido más o menos pacíficamente con esos pueblos durante siglos.

Shohat acusa en concreto a los dirigentes israelíes, oriundos de la Europa central y del Este, los llamados «asquenazi», de hablar en nombre de los «misrahim» tras «expoliarlos» del derecho a su propia representación» aunque lo hayan hecho mediante «mecanismos más sutiles y menos francamente brutales» que los empleados contra la población palestina.

Aunque el sionismo se presenta en realidad como un movimiento de liberación «de todos los judíos», y los propagandista de la «ideología sionista se han esforzado en convertir prácticamente en sinónimos los términos de «judío» y «sionista», la realidad, critica Shohat, es quienes han llevado la voz cantante tanto dentro como fuera del país han sido los «asquenazi» mientras que a los «misrahim» se ha prácticamente silenciado.

Su tesis, coincidente en muchos puntos con la del palestino-norteamericano Edward Said, es que en Israel «los judíos europeos constituyen una elite emergida del «primer mundo», «dominadora tanto de los palestinos como de los judíos orientales», los misrahim, quienes constituyen un Estado «semicolonizado» dentro del Estado judío.

¿Es ésta la democracia auténtica que pregona Livni? Y, sobre todo, ¿podemos esperar algo de las negociaciones de la ministra con los palestinos?