Siempre he creído en la capacidad de las personas y como ésta puede producir transformaciones en la sociedad. En estos últimos tiempos de crisis y cuando mucha gente vive en situaciones límite, todavía se manifiesta más este poder de las personas y, sino, sólo debemos mirar a nuestro alrededor. No sé si os pasa a vosotros, pero cuando veo que la fuerza de un colectivo, sea el de médicos, estudiantes, los desahuciados, consigue gracias a su constancia y a su esfuerzo un cambio, siento dentro de mí una ola de felicidad. Aunque yo no he estado presente físicamente, a pie de calle, creo que somos muchos los que como yo, nos unimos en el apoyo a la mejora de los derechos y en contra de las injusticias sociales. Hemos visto mareas de todos los colores, blancas, verdes, y que como su nombre indica, como una marea humana han logrado arrasar con las injusticias que se nos quería imponer. Los movimientos de ciudadanos que unen esfuerzos y energías por causas diversas son cada vez más y más numerosos. Hablando con gente que están vinculados a algunos de ellos, dicen que es de las cosas buenas que hemos conseguido entre todos gracias a la maldita crisis: creer en nuestras propias fuerzas, uniéndonos para generar revoluciones. Lo más bonito y sorprendente de todo es que cada día se enciende una nueva chispa transformadora. El otro día pasando por una parada de autobús vi una imagen chocante. El panel de la parada estaba lleno de tarjetas de viaje que sobresalían. Me acerqué, y para mi sorpresa, las tarjetas estaban todas agotadas. Supongo que mi cara debía delatar mis pensamientos y una mujer que estaba cerca se acercó para contarme de qué iba aquello. En mis manos tenía un abono-11, un nuevo movimiento social y solidario que había surgido ante el incremento en los precios de los servicios de los transportes. Aquella mujer me puso al día: el abono-11 era una propuesta que había surgido en los barrios de diferentes ciudades para hacer frente a los recortes. Era una iniciativa que estaba abierta a que todo el que quisiera colaborar. La mujer siguió explicándome: «Consiste en alargar la vida a nuestras tarjetas. Cuando en nuestra tarjeta aparece el agotado ésta se convierte en un abono-11. Entonces la podemos ofrecer a alguien que esté esperando el bus o para evitar la molestia de ir preguntando la podemos dejar en los márgenes de los paneles de información de las paradas del bus, para que el que lo desee la pueda coger. Con este gesto tan sencillo, alguien la puede reutilizar haciendo un viaje de más, ya que cada tarjeta puede funcionar durante hora y cuarto más de margen». Al llegar por la noche a casa se lo expliqué a mi familia. Era genial. Aquella tarjeta era la señal de un acto de solidaridad hecho para los demás, de saber compartir y de sacar provecho de todo en bien de otros. Espero y deseo que este movimiento se contagie en otras ciudades. Son pequeños gestos que hacen grandes cambios. Aquel abono-11 lo guardé y lo tengo de punto de libro, para hacerme recordar que compartir da sentido pleno a nuestras vidas.