Jack London, que demostró su vena anticapitalista en muchos libros, escribió un cuento con este título, hace un siglo exactamente, en homenaje al sindicalista Eugene V. Debs, que fue uno de los fundadores de la Industrial Workers of the World. En La huelga general se fabula con lo que pasaría si los trabajadores sindicados del mundo se pusieran de acuerdo en paralizar un país indefinidamente hasta conseguir que se aceptaran sus reivindicaciones. Eso es lo que hace el sindicato ILW, que, sin aviso previo, aunque después de meses de preparación en secreto de su plan de acción, declara el cierre total de Estados Unidos. Los más ricos y los más pobres, a los que coge desprevenido esta huelga general, se lanzan a las calles a avituallarse para afrontar el cierre por desabastecimiento de las tiendas, la interrupción de las comunicaciones y el más que previsible desorden general que provocará esta situación. El protagonista de este relato, un rico residente de la ciudad de San Francisco, comprueba poco a poco cómo esta medida resulta del todo insuficiente cuando la comida se le va acabando, los criados le abandonan llevándose sus candelabros de plata y otros bienes susceptibles de ser intercambiados por alimentos, sus colegas del exclusivo club al que pertenece se fugan a supuestos territorios más benevolentes y hasta el general en jefe del ejército le confiesa que han comenzado a confiscar vacas, gallinas, cerdos y caballos para que los devoren los soldados de la tropa regular que intentan sofocar la violencia desatada en las calles y en los campos cercanos. Con los hilos del telégrafo cortados, esos soldados desertando porque también para ellos se acaban las provisiones y el caos instaurado en los cuatro puntos cardinales, los únicos que resisten son los miembros del sindicato convocante de la huelga, que, avisados con meses de antelación, han llenado sus despensas con viandas suficientes como para resistir meses enteros.

No cuento el final para no estropearles el gusto de descubrirlo en persona y de disfrutar de las distintas moralejas posibles (Jack London era, además de un grandísimo escritor, un activista apasionado en pro de los derechos de los trabajadores y alguien con las ideas muy claras, pero no era ningún maniqueo) que se pueden extraer de este cuento largo. Pero les invito a leerlo o releerlo en la edición que acaba de sacar la editorial Luces de Gálibo (creada, por cierto, por el poeta y profesor de la Universidad de Málaga Ferran Fernández), que está enriquecida por las impactantes y extraordinarias ilustraciones de Laura Pérez Vernetti, una de las mejores autoras de cómics de España (comenzó en el mítico El víbora y el año pasado, también en Luces de Gálibo, firmó una maravillosa recreación de la vida y la obra de Fernando Pessoa, el mejor poeta del siglo XX). En la portada, diseñada por el propio Ferran y con un dibujo de Laura, se ve a un obrero corriendo, quizás huyendo de las fuerzas de orden público, y, sobre él, las palabras correspondientes al autor, el título, el nombre de la ilustradora y la editorial ondean al viento como la banderola enarbolada por ese mismo hombre que se apresura a escaparse de sus perseguidores. Un relato de la máxima actualidad porque, como hemos visto recientemente en Madrid (huelga de basuras e intento de privatización de la sanidad) y en Burgos (la reforma de la avenida de Gamonal), la calle sí puede hacer que se corrijan políticas erróneas, clasistas, inhumanas o tontas. Una lección que no debemos olvidar nunca.