En 1977, el economista estadounidense John Kenneth Galbraith publicaba The Age of Uncertainty, La Era de la Incertidumbre, una de las obras más representativas de este autor de origen canadiense fallecido en 2006, a la edad de 97 años. Este libro no se publicó en España hasta 1981, el mismo año en que la BBC convertía la obra en una serie televisiva. Galbraith, junto a John Maynard Keynes (Reino Unido, 1883-1946), a Milton Friedman (USA, 1912-2006), o a Paul Samuelson (USA, 1915-2009), pertenece a una generación de economistas de origen anglosajón cuyas teorías económicas han tenido una enorme influencia en el pensamiento económico internacional, y han condicionado las políticas de los países occidentales a lo largo del siglo XX. Aunque desde ópticas diferentes, esta generación buscaba fórmulas para interpretar el crecimiento económico en el contexto de los cambios políticos, económicos y tecnológicos producidos sobre todo a partir de la Segunda Gran Guerra (crisis de posguerra, política de bloques, crisis del petróleo, integración europea, revolución tecnológica, globalización, etc.) y que, finalmente, han contribuido a dar forma al mundo actual. Para Galbraith, heredero del institucionalismo crítico del gran capitalismo industrial y financiero, la sociedad opulenta y el poder de la tecnoestructura son dos de las manifestaciones más representativas del nuevo Estado industrial, que se debate entre el monopolio del mercado por parte de las élites y las grandes corporaciones industriales, y el poder compensatorio representado por los grandes sindicatos.

El último cuarto del pasado siglo fue, tras la crisis de 1973, un período de desarrollo y de consolidación del capitalismo internacional, que en España coincidió con la transición política a la democracia y su incorporación a Europa. La caída de los países del Este, la expansión tecnológica, y la globalización del mercado, o el boom económico español, parecían situar a los países occidentales, y a España dentro de ellos, en una posición hegemónica sin rival, que garantizaba a sus ciudadanos un exitoso modelo de sociedad del bienestar. Esta prosperidad fue, sin embargo, aparente, como lo demuestra el hecho de que hayamos asistido desde 2007 a una crisis económica internacional, que ha mostrado el rostro más duro de un capitalismo blindado frente a aquellos derechos sociales que había defendido décadas atrás. Sólo la perspectiva del tiempo largo nos permite interpretar adecuadamente y superar la euforia de determinadas coyunturas históricas. Galbraith, partidario del enfoque social de la economía, reflexionaba sobre la era de la incertidumbre en una época de desarrollo de la sociedad de consumo de masas, planteando la contradicción que existía en Estados Unidos entre la elevada oferta de bienes de consumo y la pobreza en servicios sociales. La incertidumbre era, en definitiva, la que generaba una sociedad asentada sobre cimientos frágiles, y sobre una población sin protección social. Tan válida como entonces, sigue siendo la utilización de la denominación era de la incertidumbre para referirnos a los momentos actuales. La incertidumbre, en el sentido de falta de certeza o certidumbre, de duda ante el futuro, está instalada en todas las esferas de la actividad humana, y sobre todo en ese espacio al que las élites políticas y financieras han condenado a las clases medias y trabajadoras. Sobre todo, en España, que ha experimentado un retroceso difícil de recuperar en los próximos años.

Los medios de comunicación no favorecen, como así debieran, la creación de certezas sociales frente a esta incertidumbre global que conduce inexorable a la desafección general de los ciudadanos de la política y de la economía. Esa responsabilidad ha de ser reasumida por unos medios que deben estar al servicio de los ciudadanos, pues la información es un bien público y el mejor antídoto frente a la incertidumbre. La política tampoco ayuda. Al contrario, aumenta los signos colectivos de esa enfermedad social. La política, al menos en España, se ha convertido en un instrumento al servicio de la incertidumbre. La mediocridad de la política, instalada en la crispación permanente y en una polarización que no refleja el sentir de la sociedad, pervierte el sentido de la democracia disfrazando la polémica política de un falso pluralismo que solo defiende intereses particulares. Esos son sólo algunos de los signos de la incertidumbre que nos atenaza. Otros son, el deterioro permanente de las reglas de convivencia, la mentira convertida en la materia del discurso político, la corrupción extendida en todas las esferas, el amarillismo de un periodismo que imita a la política, la realidad transformada en espectáculo, la enajenación política del ciudadano, el escepticismo generalizado, etc. Si, para Galbraith, el mundo en la segunda mitad del siglo XX mostraba ya las señales de esa incertidumbre, casi cuatro décadas más tarde ésta se ha multiplicado en un contexto de profundas brechas sociales y económicas. El presente es hoy incierto, pero el futuro simplemente no existe para muchos ciudadanos.

*Juan Antonio García Galindo es catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga