Si algo me molesta de nuestro debate político es su intemperancia. Ese estilo desabrido, de verbo pobre y argumentos inanes que aparece en algunas ocasiones. Ese tono bronco, que raya en la mala educación y en la falta de respeto del adversario político y que, favorece el fervor ideológico de los partidarios pero suscita el rechazo de una mayoría y, sobre todo, perjudica a nuestra democracia.

La reciente convención del PP en Valladolid mostró un ejemplo de este tono, protagonizado por el mismo presidente del Gobierno cuando en su intervención hizo un ataque muy duro al líder PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, al que le acusó de verter críticas y «sembrar el desánimo», de haber dejado un país «en la ruina». Y se dirigió a él con desdén: «Tú eres parte responsable de ese calvario. O te callas o reconoces el mérito de la gente». Parece que no era una cuestión ni de talante ni de talento de Mariano Rajoy, sino simplemente el resultado de una estrategia política en la que la unidad del partido y el fortalecimiento del liderazgo se consiguen, entre otros argumentos, culpabilizando al líder de la oposición de la crisis que padecemos. Liderazgo sólido, unidad interna del partido y la economía va en una buena dirección junto con la medida estrella de bajar los impuestos constituyeron las claves del punto de salida de las elecciones europeas de mayo. No olvidemos que el telón de fondo, es el de unas elecciones europeas para primavera y la medida estrella: una bajada de los impuestos.

Evidentemente, no resiste a un análisis serio afirmar que Rubalcaba fue tan responsable de dejar a este país en la ruina como decir que Rajoy lo está sacando de ella. Primero, porque es un fenómeno mucho más complejo en el que es mucho más difícil de dirimir los efectos y las responsabilidades de las políticas de los gobiernos y, segundo, porque ese lenguaje popular, yo diría populista o populachero, es inadecuado para una reflexión serena, es más. Resulta más feo, lo de «o te callas o reconoces los méritos de la gente».

Ese mandar callar, impropio de un líder del que se elogia su carácter templado y poco dado a este tipo de salidas.

Resulta que teníamos una derecha civilizada pero estos señores tan educados en cuanto se les molesta un poco salen con un exabrupto, impropio de gente bien. Esas perlas cultivadas de Luis de Guindos, Alberto Ruiz Gallardón, José Ignacio Wert. De acuerdo, comprendemos que gobernar es difícil, y más ahora, pero no será que cuándo las cosas pintan en bastos, sale esa «derechona», de la que escribió con tanto talento Francisco Umbral. Ese estilo impaciente, un tanto despreciativo con el adversario y, desde luego autoritario.

Tengo la sensación que hay demasiada personalidad, demasiado casticismo y chulería todavía en la política española. No estaría de más, dentro del lógico y feroz debate político, una buena dosis de urbanidad política, de cultivo de las formas y del lenguaje.

No se trata de añorar la retórica ni a los oradores de la República, ni a los de la Transición, ni a los de otro tiempo pasado. Se trata de que los políticos hablen con corrección a los ciudadanos de los problemas del presente que les interesan que sepan comunicar, pero también dando ejemplo de corrección lingüística y cultura. En fin, un poco menos intemperancia, por favor.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia Política de la UMA