Habló una sola vez y lo hizo con una pregunta. Me había escuchado sin perder detalle, mientras a lápiz hacía anotaciones en una hoja. Yo estaba nervioso. Era muy joven entonces. Trataba de explicarle mis razones para creer que aquella chica con la que salía desde hacía algunos meses, era la mujer de mi vida. Ella, al tiempo que saboreaba su té, seguía escuchándome con mucha atención. Cada vez que yo añadía una característica nueva, anotaba un cero en la cuartilla. «Disfruto conversando», le decía, y apuntaba un cero. «Además es inteligente -otro más- y dulce», otro cero. Siempre registraba un cero. Me fijé en su escrito dándome cuenta que había muchos. Creo que fue en aquél momento cuando, aprovechando mi indecisión, apartó su taza, cogió mi mano derecha con firmeza y mirándome sin parpadear, sosteniendo el silencio con la profundidad de sus ojos, me espetó: «Y...¿os queréis?»

Ha pasado mucho tiempo y no he olvidado la lección. Quien me la enseñó, aquella mujer que solo escuchaba y escribía ceros, era mi madre. Bueno solo ceros, no. Nada más contestarle que sí, que nos queríamos mucho, sonrío y puso un uno. Solo uno. Pero lo colocó al principio, delante de todos los ceros que con tanta paciencia había ido anotando. Y esperó. Dejó pasar algunos minutos, comprensiva con mi confusión. Se quitó las gafas, inclinó su cuerpo hacia mí, mientras subrayaba el número completo que había resultado. «Esto -me dijo-, esto es lo que da sentido y valor a todo lo demás». Y continuó: «Claro que no es lo mismo esta cifra con tantos ceros que si tuviera menos, pero por muchos que tenga, con un uno a la derecha, perderían todo su valor, seguirían valiendo uno».

Podemos tener conocimientos, autocontrol, habilidades, un buen razonamiento analítico y conceptual, títulos, iniciativa, autoconfianza, etc. Pero todos son ceros. Lo que determina el significado de la expresión final, lo que quita o pone en valor a todo esto, es la actitud. Ella explica por qué ante la misma circunstancia, un cáncer, un jefe cabrón, un despido, una entrevista fallida, un proyecto frustrado, una pérdida, etc, algunas personas, incluso a pesar de contar con menos «ceros» (menos formación o experiencia, etc.), alcanzan rendimientos claramente superiores. La actitud no es lo único importante, pero es el «uno», es lo que marca la diferencia.

Actitud Vital. No conformarse con el mundo tal y como es, especialmente el de cada uno, creando y evolucionando hacia la realidad deseada. Facilitar las aportaciones positivas en los demás e influir en mi entorno. Una fuerza interna que me impulse lejos de la pasividad, la inacción y la inmovilidad, posibilitando recuperar regularmente el rumbo de mi proyecto personal. Que me haga más consciente, más receptivo y más creativo, permitiéndome mantener la coherencia entre lo que soy y lo que estoy haciendo. Eso es una Actitud Vital.

A la que accedemos manteniendo la proporción de positividad (de tres o cinco emociones positivas por cada negativa, según algunas investigaciones), cultivando lo que algunos autores llaman pesimismo defensivo, porque no se puede perder el contacto con la realidad, y el cuestionarnos nos ofrece indicios de lo que podemos mejorar; y explicando los sucesos malos como temporales y específicos (lo contrario de decir, esto va a durar siempre, le pasa a todo el mundo y no hay quien lo cambie).

Soy la hostia. Jaume Plensa, el reconocido escultor, expresaba así su actitud frente a la vida: «¡Si no sientes que eres la hostia, ya ni siquiera te levantarías a diario para ir al taller!». Evidentemente la mera afirmación de «soy capaz» o «creo en mí» no me provee de los recursos y estrategias que necesito. Pero no es menos cierto que la actitud, además de alimentarse de la pasión en lo que hago, se sustenta en la fe en uno mismo. Porque si la autoestima es la clave que sostiene el arco de nuestra personalidad, la actitud es su alma. Ese aliento vital que toda personalidad, una obra en permanente construcción, exige para ser más fuerte y menos vulnerable.

Recordando siempre, estimado socio de aprendizaje, que somos libres para elegir nuestra actitud. Elección que, de hecho, hacemos a cada momento. A veces sin darnos cuenta. Porque Actitud es la disposición o forma en que la persona se adapta a su entorno y a los desafíos de éste. Ruyard Kipling lo explicaba en estos términos: «La batalla de la vida no siempre la gana el hombre más fuerte o el más ligero, porque tarde o temprano el hombre que gana, es aquél que cree poder hacerlo». Por eso, porque me va mucho en ello, necesito conocer si mi propia actitud juega a mi favor o en mi contra. Si es un «uno» a la izquierda o a la derecha. Y actuar.

Feliz semana.

*Rafael Bosco es director de Aristeia Coaching

@rafaboscosirera