¿Te has sentido alguna vez así? Es cierto que muchas veces sentimos que no encajamos en ningún sitio. El mundo va en dirección contraria, nadie lleva nuestro paso, soy el único que piensa o actúa así€. mejor me dejo llevar por la corriente€ Pero ¿soy yo el que nada contra corriente o son los demás los que no van en la buena dirección?

Probablemente no se trate de dar o quitar razones, simplemente es cuestión de aceptar nuestro lugar, aceptar que estamos donde hemos elegido estar, o en ocasiones, aceptar que las circunstancias son unas u otras y que, habiendo luchado para que sean diferentes, no hemos podido cambiarlas.

¿Debo resignarme tal vez? Resignación es sinónimo de entrega, de abandono, de dejadez€ de incapacidad para luchar contra los acontecimientos, contra las dificultades, claudicando de manera sumisa ante unos argumentos, a menudo fabricados por nosotros mismos para justificar nuestra postura ante lo ocurrido. Cuando me resigno me comporto como si las cosas no tuvieran posibilidad de cambio. No veo el futuro como un espacio en el que puedo intervenir, transformar mi presente a partir de mis propias acciones. Como no sé qué hacer, al final, no hago nada, y me dejo llevar por la corriente.

¿Entonces, debería tolerar? Cuando tolero algo, estoy declarando, únicamente, que puedo vivir con ello. Ello implica que doy permiso al otro para ser o hacer y no nos situamos en un plano de igualdad de condiciones. La tolerancia supone una confrontación diferida, que dejo para más tarde, pero no hay espacio de intervención posible. Cuando no aceptas lo que está ocurriendo, estás en un estado de queja y no puedes pensar en el futuro. Te peleas contra las circunstancias.

No es lo mismo aceptar que resignarse, tolerar o conformarse. Mi querido amigo Joaquín me dijo una vez: «siento que soy como un pez que nada contra corriente». Se debatía contra sí mismo, se veía diferente y no se resignaba al ver que los demás iban en otra dirección, una dirección que a él no le satisfacía. Pensó en dejarse llevar por la corriente y no seguir luchando contra unas circunstancias que le eran adversas, sin embargo decidió aceptar ser ese pez. Es más, aceptando ser así, descubrió que había otros «peces» como él en otras corrientes distintas que tampoco se resignaban a dejarse llevar.

La corriente contraria está ahí, podemos encontrarla vestida con diferentes atuendos, pero debemos aceptarla también como es, y aceptar a los que decidan seguir en ella.

Aceptar implica finalizar una conversación, cerrar un capítulo, para abrir nuevas posibilidades. Mientras no acepto, me resisto, me peleo con lo que ocurre, y esto genera un gran desgaste emocional.

Cuando acepto un problema, lo tomo como parte de la situación, del presente y a partir de ahí, actúo para construir el futuro. No me quedo en la culpa, en la pena, en la queja, en la falta de explicación.

Al aceptar no sólo declaro que puedo vivir con ello, sino que decido que ya no me va a afectar más en el futuro. No me rebelo contra el problema o la situación que me desagrada, no me mortifico intentando saber y entender el por qué.

Un cliente que estaba pasando por una experiencia dura y difícil, me comentaba: «Es increíble ver cómo logramos aceptar las limitaciones, cómo encontramos consuelo y refugio en lo que nos beneficia y conviene, como recurso ante la imposibilidad de evitarlo, en vez de luchar contra ellas; encontrar las ventajas ante los inconvenientes y lo positivo ante lo imponderable, está en relación directa con la capacidad de reaccionar valientemente, confiadamente en nosotros mismos y en nuestras fuerza». Si decides aceptar conseguirás encontrar el equilibrio y ser feliz a pesar de la existencia de esa situación contraria a tus deseos, a tus ilusiones, a tus expectativas. Conseguirás vivir con ello, hacerlo parte de tu vida y seguir hacia adelante. Aceptar te permite encontrar en tu corazón la serenidad que te libere del pasado con sus errores y pesares, que te transporte hacia el futuro con una perspectiva nueva.

Debemos aceptar las experiencias que nos toca vivir, por difíciles y duras que sean. Puedes preguntarte: ¿Qué me aporta esa circunstancia que me hace sufrir? Cuando tengamos la respuesta, sabremos que vamos por el buen camino, y en ese momento, por muy difícil que sea de resolver la situación o el problema, sentiremos admiración hacia nosotros mismos, un gran respeto por lo que esa circunstancia ha desencadenado en nosotros, pues nos habrá permitido impulsarnos mucho más lejos en nuestra evolución personal.

Dedicado a todos aquellos peces que nadan contra corriente.

*Malpartida es Directora de Picuality Recursos Humanos

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