Hay entrenadores que sacan pecho cuando uno de sus jugadores llega a la élite proclamando a los cuatro vientos que ellos han sacado a dicho jugador, que gracias a que ese chico trabajó con él en esta o aquella temporada ha llegado a la élite. Este tipo de entrenador es aquel que piensa que los jugadores son suyos y critican al resto de entrenadores como si ellos fueran los que poseen la verdad sobre el baloncesto. Curiosamente estos entrenadores son los mismos que cuando trabajan con un jugador con cierta proyección y éste no cumple las expectativas, miran para otro lado y no asumen culpa de que el chico no llegue a triunfar. Es decir, si el jugador llega es gracias a él pero si el jugador se queda por el camino nunca él tiene la culpa.

A veces parece una competencia que consiste en ver quién se pone la medalla de que algún chico llegó a la ACB. Pero, ¿y todos esos que no llegan teniendo condiciones? ¿Quién tiene la culpa de eso? En mi opinión los entrenadores debemos detectar el talento y las cualidades que tienen los jugadores enseñándoles cómo aportarlos al juego de equipo. Nuestro principal trabajo es mostrar a esos jugadores un camino para que ellos se desarrollen, camino que si siguen puede llevarles a conseguir ese objetivo común para ambos, entrenador y jugador. Por supuesto que hay que trabajar con ellos, enseñarles a jugar y darles recursos técnicos y tácticos para que sean capaces de explotar al máximo sus virtudes y minimizar sus defectos. Pero son ellos los que llegan, son ellos los que deben demostrar que son capaces de jugar en la élite o ser los mejores de su generación. Nosotros debemos no coartarles, tener confianza en su juego y transmitírsela, dejando que ellos se desarrollen. No estropearlos.

Es un enorme error anticipar o predestinar que cualquier chico de corta edad va a llegar a jugar en ACB, como si fuéramos sabios visionarios. En muchos casos el entorno del chico es el que puede hacer que no cumpla con la proyección que se le presupone por anticipar el objetivo o hacerle creer al jugador que es muy bueno. El trabajo es todo lo contrario puesto que llegan muy pocos y hay que hacerles comprender lo difícil del objetivo y lo que cuesta conseguirlo. Dorándoles la píldora y contándoles al oído sus virtudes no se les ayuda, sino todo lo contrario. Todos conocemos casos de chicos de enorme proyección y talento en el pasado (en Málaga incluso) con un entorno que les rodeaba adorándoles antes de tiempo todos locos por ser ellos los que hicieron llegar al chico y apuntarse el tanto. Ese entorno, en muchos de esos casos, pudo ser precisamente el que impidió que el chaval triunfara.

¿Qué entrenador puede pensar que fue él quien sacó a Juan Carlos Navarro, Pau Gasol o Sergio Rodríguez? Ellos tuvieron suerte de tener entrenadores que dirigieron su talento por el camino que se les marcó, les hicieron trabajar duro y les dieron la oportunidad de sentirse protagonistas de su juego dándoles enormes dosis de confianza. Como digo, para que alguno llegue muchos se quedan por el camino y es muy importante que los entrenadores en vez de mirar para otro lado cuando alguno no cumple con las expectativas marcadas o echar la culpa a cualquiera que pase por allí, seamos capaces de hacer un análisis autocrítico de por qué no fuimos capaces de ayudar a ese chico y qué errores cometimos para que no nos vuelva a pasar con otros jugadores.

Por supuesto que los entrenadores podemos ayudar a los jugadores jóvenes y que somos indispensables para que ellos puedan llegar porque además de mostrarles el camino hay que dirigirlos, hay que enseñarles a conocer el juego, hay que trabajar con ellos técnicamente. Pero me gusta más que sean ellos mismos, los propios chavales, los que valoren qué entrenadores los hicieron mejores jugadores y no al revés. Sin duda que es mucho más difícil que los jugadores lleguen completamente solos. Trabajemos para ellos, sin molestar, sin perjudicarles. Dejemos que ellos demuestren que de verdad pueden llegar y hagámoslo en la sombra, en el anonimato, porque ellos son los protagonistas y nosotros unos privilegiados por tener el placer de entrenarlos.